Viaje en Velero con Patrón por las Islas Griegas: de Leros a Ítaca
De las islas del Dodecaneso a las del mar Jónico (julio, 2011)
De Leros a Paros
El viento ha soplado con fuerza inusual estos días, un chorro del NW, fuerza 7 con rachas de 8, que bajaba por el canal que separa
el Dodecaneso de las Cícladas. Crea un mar imposible de barloventear. Pero hoy se ha abierto una ventana que durará unas cuarenta horas.
Suficiente para atravesar el canal y meterme en el corazón de las Cícladas, donde el parte para los próximos días es mucho
mejor.
Primeras sensaciones de la temporada navegando con el barco sobre un mar completamente en calma, el sol a la espalda, las islas que a
lo largo de las horas de navegación aparecen entre la brumilla del calor, definen temporalmente su contorno, y vuelven lentamente a fundirse en ese
espacio en el cual es difícil saber donde empieza el mar y donde termina el cielo. Levitha, Patmos, Icaria, Amorgos, Donousa, Naxos, Mykonos, van
pasando lentamente de las amuras a las aletas. Muchas horas de navegación, pero son tantas las sensaciones, que no se hace pesada. Eran las 5 de la
mañana cuando salía todavía en penumbras del puerto de Lakki, y son cerca de las 6 de la tarde cuando entro en el precioso puerto de
Naoussa en la isla de Paros, adonde llegará mañana Almudena.
En la "marina" de Naoussa hay líneas de fondeo, por lo que no es necesario dar el ancla. Un tipo, de nombre Giannis, es el "capo"
del puerto. Se mueve con su coche eléctrico de golf por los muelles y pone orden entre los barcos que entran y salen. Me informa que el precio por pasar
la noche son 15 euros, agua y luz excluidos. Ok. Una vez amarrado, siento el cansancio acumulado de estos días que se ha cebado con el lumbago y la
ciática. Atención, porque un mal gesto me puede dejar inmovilizado. Mañana, con Almu, haremos jornada de descanso. Bajo a cenar algo
rápido al pueblo, y todavía con luz me voy a acostar. Caigo como el plomo.
Ha tocado volver a madrugar. El vuelo de Almudena llegaba a las 06:55. La he recogido en el aeropuerto de Paros y hemos regresado al
barco. Han sido dos días hermosos de descanso. Con la almirantanta a bordo, los cuidados médicos están garantizados, así que
hemos hecho un pequeño exceso y con un ciclomotor hemos dado una vuelta por la isla para conocer la capital, Paroukia y las canteras en las cuales, en
la antigüedad, se extraía el famoso mármol de Paros. Bañito tranquilo en una cala de la parte norte, y por la noche, cena también tranquila
en la hermosa Naoussa con boda griega incluida. La vida vuelve a fluir.
Os dejo unas fotos
De Paros a Syros
El viento ha rolado al sureste; una brisa de unos 15 a 20 nudos que decidimos aprovechar para abrir velas y navegar cómodos a un
largo ganando norte. Mañana tocará acumular millas hacia el oeste.
Hemos decidido pasar la noche en Ermoupolis, la capital de la isla de Syros, y de la región de las Cícladas. Es una ciudad
especial; combina el ambiente cicládico con el de pequeña capital de provincias. A diferencia de tantas otras localidades, Ermoupolis tiene
vida propia al margen del turismo. Comercios y servicios de todo tipo alternándose con las omnipresentes terrazas, bares y restaurantes del puerto y
de las calles peatonales del centro.
Caminamos por las coquetas calles de Ermoupolis, baldosas de marmol, elegantes fachadas neoclásicas, callejones sombreados por
buganvillas, y cenado en el mismo restaurante del año pasado..
Aquí, en Ermoupolis conocimos a Nestor Papatzoulas, el fiel amigo de Miguel Lestón, cuya historia e implicaciones con la
tripu del barco relaté el año pasado. He preguntado por él en el bar donde nos lo habíamos encontrado, pero nadie ha sabido
darme información alguna. Lástima. Me hubiera gustado saludarle y compartir un café con él.
Nuestros vecinos en el puerto tripulan un barco con bandera de Bulgaria. Un hombre de aspecto dudoso rondando los 60, su pareja, una jovencita que no
llega a los 25 (y que evidentemente no es su hija ni su nieta), y un tercer tripulante que, a pesar de pasar de los 40, parece el chico de los recados.
Configuración ésta, que en lo esencial, he encontrado de vez en cuando por aguas de Grecia. Los nuevos favorecidos por las economías
emergentes de los países del este, con un gusto afilado por la ostentación, ruidosos y de maneras hoscas. Veleros a partir de 50 pies, potentes
motoras, mucho alcohol en la bañera acompañado de música muy alta... Les saludo, ayudo con los cabos, y a otra cosa.
Tomamos el último café del día en una de las terrazas del puerto. Almu dice que Ermoupolis le parece preciosa. Qué bien.
Cansados y contentos, nos vamos a dormir.
De Syros a Kythnos
El viento, como habían anunciado, ha saltado al WNW. Decido bordear Syros por la parte norte. Hay un poco de mar y sufrimos
algún pantocazo. Al doblar el cabo y enfilar hacia Kythnos el mar mejora y el viento disminuye. Sigo con la espalda tocada y decido no asumir riesgos
haciendo esfuerzos con las escotas y el enrollador del génova. Da un poco de pena motorear con el viento entrando franco entre la amura y el
través, pero la prudencia aconseja comerse las ganas de velear.
Llegamos a media tarde a la hermosa bahía de Fykíadas.
En realidad, una bahía doble, separada por un istmo de arena y una pequeña península en la que se afianza una pequeña colina.
Fondeamos en la parte de levante, más protegida que la del oeste. El lugar es de ensueño y ya se empieza a notar la proximidad a Atenas.
Un buen número de barcos comparten el fondeadero con nosotros.
Nuestro plan es quedarnos aquí dos noches. Descanso absoluto. Baños de sol y mar, sobre todo Almu, porque yo estoy haciendo cura de reposo
con antinflamatorios y todavía con dolor no quiero forzar un mal movimiento en el agua. Poco a poco, voy notando como disminuye la inflamación.
Bien.
Han sido dos días estupendos. Los atardeceres, con el sol poniéndose por encima del pequeño istmo de arena,
memorables. Indescriptibles. Paz, silencio. Alegría. Muy bien.
De Fykiadas a Lavrio
Zarpamos temprano de Fykíadas rumbo a Lavrio. Casi no hay viento. La proa apuntando al sur del Ática. Dejamos Kea por
estribor y nos metemos en el canal que separa Makronisi del continente. Entramos en Olympic Marina. Esta Marina es un lugar un tanto desolador, pero Almudena
necesita un acceso a Internet e imprimir algunos documentos, y pese a lo poco que nos gustan estos lugares resultan útiles para estos propósitos.
O eso pensamos, porque las "simpáticas" señoras que atienden la oficina se niegan a dejarnos imprimir unas hojas, a pesar de insistir
en que las pagaríamos. Además, la wifi de la marina va muy mal, y algún cortafuegos interno impide acceder a algunos de los sitios web
que necesitamos utilizar. Afortunadamente, solucionamos todo esto en un cíber café del pueblo.
Bajamos al pueblo de Lavrio, un paseo de unos 20 minutos desde la marina, y nos sentamos a cenar en un pequeño restaurante que
conozco al lado del mercado de pescado. Se dedican a las fritadas de pescado: pescaito, calamares, langostinos... Todo rico, rico y a un precio fenomenal.
Para rematar la jornada, damos otro paseo y tomamos un "affogato" en una de las terracillas del muelle. Estupendo. Ambiente de veraneo local: paseos
por el malecón, asadores de mazorcas de maíz, algún puesto de chucherías, muchos chuchos abandonados, helados y risas. Todo ello
compartido con algunos "yachties" que recogen o dejan sus barcos en la base de chárter del pueblo. Con un taxi, no es aconsejable caminar de
noche por estas carreteras oscuras con la temeraria forma de conducir de los griegos, regresamos a la marina. Día completo.
En Sounion
Con los deberes del mundo real-irreal hechos, salimos hacia Sounion. Unas 6 millas escasas.
Fondear en esta pequeña bahía, a los pies del templo que los atenienses dedicaron hace dos mil quinientos años a
Poseidón, era una espinita que tenía clavada desde hace muchos años y que hoy he decidido quitarme de encima. Recuerdo claramente,
allá por el año 96, la primera vez que visité este lugar. En el extremo sur del Ática erigieron los antiguos griegos este templo
en un enclave extraordinario, sobre un pequeño promontorio mirando al mar. Es este el lugar en el que los navegantes que salían de Atenas se
despedían de su hogar y de sus dioses antes de lanzarse al poderoso y caprichoso pontos, y también el que les recibía y confirmaba que
habían llegado sanos y salvos a casa en el regreso de sus singladuras.
Aquella primavera de 1996 me prometí que intentaría rendirle tributo a Poseidón navegando en mi velero desde el lejano
mundo atlántico para fondear humildemente ante este grandioso lugar. Hoy he podido cumplir mi promesa compartíendola con Almu,
maravillándonos con esta puesta de sol egea que todo lo tiñe de malva, después naranja, azul y finalmente plata sobre el dorso del mar.
Hemos cenado un delicioso rissoto que ha cocinado Almudena y después nos hemos quedado embobados mirando desde la bañera del barco el fabuloso
templo iluminado en la oscuridad de una noche en la que las luces de fondeo de los veleros se confunden con las estrellas.
¿Se puede pedir algo más?
Hacia el Pireo
Se acaba la paz de la insularidad. El Pireo te recibe como con una bofetada de bullicio, ruido, suciedad, calor. Uff... Pero ha llegado
el momento del cambio de tripulaciones y este es el lugar que más facilita las llegadas y salidas. Bueno. Amarramos en Zea Marina. Instalaciones
correctas para los 60 euros que nos cobran por día. Ambiente "de lux". Barcos de "ultra lux". Tripulaciones uniformadas,
guardaespaldas, coches de lujo. Uff, uff. Cuando me encuentro con estos mega-yates cuyo precio ignoro y ni siquiera puedo imaginar, siempre tengo malas
sensaciones. No puedo evitar establecer una asociación entre los atributos de esos objetos flotantes y los deseos o ambiciones de sus propietarios.
Sobre todo de los medios que han debido utilizar para llevarlos a cabo. Muy malas vibraciones. Probablemente una paranoica asociación. Mejor, vamos con
otra cosa. La última "putadilla" que me ha hecho el barco ha sido a través de la manguera que une el colector con el escape. A
pesar de ser gorda como una anaconda, se ha picado y pierde agua. Cada vez más. Hay que cambiarla. Llegamos tarde a las tiendas. Es viernes y no hay
seguridad de que mañana, sábado de julio, estén abiertas. En Pasá Limani, el puerto que en su casi totalidad ocupa Zea Marina hay
bastantes tiendas de accesorios náuticos, pero ninguna de ellas tiene una manguera como la que necesito. La tienda de Vetus, en la que las tienen
expuestas en el escaparate, es mi mayor esperanza. Sin embargo, permanece cerrada el sábado por la mañana. He conseguido la dirección de
una negocio en el Pireo especializado en todo tipo de mangueras y piezas de fontanería para barcos. Después de un par de vueltas en taxi entre el
Pireo y Pasa Limani para comprobar "in situ" el diámetro y grosor de la manguera, y otro dineral (25 euros por metro), empiezo por la tarde
con la sustitución de la vieja por la nueva. Me lleva una sudada de un par de horas acabar con la faena. Compruebo que las conexiones con el escape y
el colector no pierden y me llevo la vieja anaconda a un contenedor de la basura. Turquesiña, por favor, que ésta sea tu última
"putadilla" de la temporada! Esta mañana, a primera hora se ha ido Almu para Italia. La honda tristeza de su ida se atenúa con la
llegada de Jorge y Mariola.
Qué raro se me hace verlos aquí, fuera de su estudio de la calle de Orzán. (Jorge y Mariola trabajan en un estudio
de arte en Coruña. Aquí os dejos el enlace a su web, muy interesante y aconsejable: Estudio de Arte Orzán)
Pero aquí están y lo celebramos con una cervecilla, la primera de una interminable lista que Jorge se encargará de hacer crecer y crecer
y crecer y crecer... Han visitado el museo arqueológico mientras yo peleaba con las anacondas y vuelven felices. Cenamos unos gyros pita en una placita
cerca de la marina, útlima cervecilla en el barco, y nos acostamos pronto.
Rumbo a Corinto
Salimos temprano de Zea Marina. El parte no está claro y nuestra intenciones tampoco. Dudamos entre tirar directamente hacia el
canal de Corinto y pasarlo hoy mismo, o hacia alguna de las bahías del Peloponeso para pasar la noche fondeados y cruzarlo mañana. A la vista
del estado del mar y del viento, optamos por lo primero. Llegamos bien a Corinto alternando tramos a vela, con una última motorada hasta la boca del
canal. Hago los trámites habituales, básicamente dejar otros 200 euros por cruzarlo, y cuando nos avisan de que se abre el tráfico de este
a oeste, desamarramos.
LECHES!!!! Me he quedado sin control del motor. Se ha debido soltar o partir el cable del acelerador y no tengo control. Menos mal que
el viento nos empuja de nuevo sobre el muelle y podemos volver a amarrar sin dificultad. Si el viento hubiera soplado del otro lado, ya me veía soltando
el ancla en medio del acceso al canal para no irnos contra las piedras de la parte sur. Ufff.... Dentro de lo malo, hemos tenido muchísima suerte de que
haya sido aquí. En otro lugar o circunstancias podría haber sido catastrófico. El barco todavía no me ha perdonado haberle dejado
abandonado casi diez meses. Bueno, es lo que hay. Reviso el cable en el motor. Compruebo que el motor acelera con normalidad cuando abro el gas directamente en
el motor. Buenas noticias. La reductora también funciona porque el eje gira al engranar la marcha, aunque no acelera. Se debe haber soltado dentro de
la caja de conexión con la palanca. Bueno. Vamos allá, toca desmontar la caja y revisar el cable. ¿Es posible pasarse toda una tarde para
aflojar seis tornillos y no conseguirlo? Sí. Tres de los tornillos han decidido quedarse en su sitio. Las cabezas tipo "alen" han cedido y
nos vemos incapaces de sacarlos. Tarde de domingo en el canal de Corinto luchando contra tres obstinados tornillos. No nos atrevemos a forzar más.
Mañana pediremos ayuda. Hoy toca positivar el mundo e irnos a cenar unos souflakis a una terracilla sobre el canal. Si nos abstraemos de que las mesas
contiguas han sido bloqueadas por riesgo de derrumbamiento sobre el canal y de los malditos tornillos, podemos disfrutar a lo grande los souflakis y las
"Mythos" en otro hermosos atardecer viendo pasar barcos para uno y otro lado, entre el Egeo y el Jónico, en un ambiente como de pueblo un
domingo por la tarde. Según el derrotero, el tráfico del canal se cierra al atardecer, sin embargo han pasado varios barcos para uno y otro lado.
Grandes motoras. Mejor dicho, mega-yates. Quizás no esté cerrado para todo el mundo, o para todas las carteras...
Seguimos en Corinto
Después de las primeras gestiones, con ayuda incluida del Capitán Kronos desde España, la situación es la
siguiente: Los mecánicos navales más próximos están en Atenas, a 80 kilómetros de aquí. Hacia el otro lado de la
autopista, los de Patras, a más de 100 kilómetros. He llamado a un par de servicios técnicos en Atenas para preguntarles por alguien que
cerca de Corinto me pueda ayudar. Nada. Se ofrecen a venir ellos mismos. Pero mañana. No quiero ni pensar lo que puede costar un desplazamiento desde
Atenas de un servicio ténico marino. La segunda opción nos la ofrece el tipo que vende gasoil a los barcos en el canal. Malencarado, sin mirarme
ni una sola vez a los ojos, me escribe con desgana el teléfono de Mimis, un mecánico local. Pero, ¿quién es Mimis? Tras analizar
pros y contras, decido llamar a Mimis a primera hora. Me contesta una voz aguardentosa, como recién salida de la cama, y me dice que está ocupado,
que le esperemos en media hora. Media hora después, me llama para decirme que llegará en otra media. Esta vez sí. Hemos decidido dejar
que Mimis evalue la situación, mientras nosotros evaluamos a Mimis. Mejor pasar el mal rato de decirle que no siga y pagarle el desplazamiento, a
lamentar que un desconocido haga algún destrozo en el barco.
Llega una furgoneta cascadilla de la que se baja el conductor, un hombre mayor de edad
indefinida, con un poderoso rostro épico, largas barbas blancas, lacia melena también blanca, corpulento, lento en el andar. "I am
Mimis", exclama. Le estrecho la mano, también poderosa y le invito a subir a bordo. Jorge y Mariola saludan, pero Mimis los ignora. Detrás
de Mimis llega otro tipo con mono de trabajo ninguneado por la apabullante presencia del jefe. Le saludo y también sube a bordo. En la bañera
les explico la situación, las pruebas que he hecho y el diagnóstico al que he llegado. Mimis me ordena -no me lo pide- encender, abrir la caja
del motor, cerrarla de nuevo, engranar, desengranar, apagar finalmente. "No problem, my friend". Me indica que el problema está en la caja de
la palanca que no hemos podido abrir. Está bien, hemos llegado a la misma conclusión que le expuse hace quince minutos. Intercambia unas palabras
con su acólito, se sienta en la bañera, enciende un cigarrillo y éste último se pone a la faena con las tuercas. Está claro
que es mecánico. En un par de minutos de trabajo, golpeando certeramente, consigue vencer la resistencia de los malditos tornillos. Mimis sigue sentado,
fumando tranquilamente, supervisando de vez en cuando el trabajo de su ayudante. Media hora de trabajo después los tres tornillos, dos de ellos partidos,
han cedido y podemos abrir la caja. El cable está en su sitio, pero comprobamos que se ha roto. Entre el ayudante y yo, vamos cortando bridas y retirando
el cable mientras Mimis sigue fumando indifirente en la bañera del barco. Primera parte del problema resuelto. "If I can fit the cable, I fit it,
if not, new cable" pronuncia lento y grave Mimis. Recogen sus bártulos, vuelven a la furgoneta y se van con el cable partido. Quedan en volver en
un par de horas trayendo una solución. Con el mismo porte grave e indiferente con el que llegó, Mimis y su ayudante se marchan. Aquí os
dejo un apunte rápido de Mimis y su acólito hecho por Jorge:
Todavía maravillados por la presencia de este grandioso personaje épico que el destino ha puesto en nuestro camino, el gran
Mimis, nos relajamos esperando su vuelta. Jorge y Mariola se dan un baño en la calita del área de descanso del canal. Yo me quedo en el barco.
Unas tres horas más tarde regresa la furgoneta. Mimis baja con la caja de un nuevo cable bajo el brazo. "No possible to fit the
cable. New cable" Ok, digo. Mejor un pequeño sablazo adicional que andar por ahí con un cable soldado de Dios sabe qué manera. El
ayudante y yo empezamos a pasar el nuevo cable por las recónditas tripas del barco, entre la bitácora y el motor. Mimis fuma en la
bañera. Una vez pasado el cable el mecánico sube a la birtácora para conectar el cable a la palanca. Mimis, desde la lejanía, se
pone por fin a trabajar: abre un tubo de grasa y con su dedo inmenso pone un poco de material en los tornillos que le acerca su ayudante. Cuando termina,
cierra el tubo semi-vacío y me lo ofrece: "for you, my friend". Este medio tubo de grasa me va a costar una pasta, pienso en silencio.
También le han sobrado un par de tornillos. Repite el gesto: " for you, my friend". Ahora ya no tengo dudas, toda esta exaltación de
la amistad corintia me va a costar un pastón. Terminan el trabajo, recogen, y cuando el ayudante ya ha desembarcado, me mira y me dice: "two
hundred and fifty euros". Calculo los dos desplazamientos en la furgoneta, el cable que debe andar por los 80 euros, un par de horas de trabajo, la ayuda
de Mimis con el tubo de la grasa... Le miro y le digo: Mimis, ummm, two hundred and fifty is a bit too much. Let´s say two hundred? que ya no está
nada mal. Ok, my friend, two hundred and twenty. En fin... es el precio de haber conocido en vivo y en directo a un verdadero personaje de la tragedia
griega. Es primera hora de la tarde cuando el barco vuelve a cruzar las verdísimas aguas del canal de Corinto. Impresionados por los taludes, las
caprichosas tonalidades de la arcilla, las zonas de los derrumbes, llegamos al golfo de Corinto.
A través de Corinto, rumbo a Galaxidi
Manejamos dos opciones, ir al espantoso puerto de Kyato, a pocas millas al WNW o intentar llegar con luz al hermoso puerto de Galaxidi,
unas 35 millas al NW. El viento sopla entre 20 y 25 nudos con rachas irregulares. Abrimos el génova con un rizo para ponernos a un descuartelar y
navegamos por encima de los 7 nudos rumbo a Galaxidi. Jorge y Mariola se hacen con la rueda.
Caprichoso es el viento en estos lugares. Intuía que después del cabo Ireo (cerca del templo de Hera) el viento
bajaría, pero no que caería completamente. Encendemos el motor y viendo todavía los borreguillos violentos que el chorro forma media
milla a nuestra popa, seguimos rumbo a Galaxidi. Al acercarnos al cabo Agios Nikolaos veo como el viento vuelve a descender fresco por la ladera de la
montaña. Volvemos a dar el génova y otra vez alegre, el barco navega veloz hacia el golfo de Itea. Jorge y Mariola están maravillados
con las formas, con los colores, con los brillos de este mar y de esta costa. Disfruto con ellos a bordo. Llegamos a Galaxidi con las últimas luces del
día. Preciosa llegada envueltos en el malva del atardecer. El puerto está lleno, pero conseguimos abarloarnos a un velero americano que está
acostado en el muelle. Bien. Nos explican que están así porque perdieron la hélice y el eje contra unas rocas, salvando el barco del hundimiento
de milagro, y están esperando ayuda.
A Jorge, le gusta el verbo "abarloarse". Afirma que lo ejecutará con una cerveza fría en su mano en cuanto tenga ocasión.
Bajamos a cenar a una de las terrazas del puerto. En el mismo restaurante, le comentamos al propietario, que chapurrea el español (como tantos otros
marineros griegos que han convivido con marineros españoles, sobre todo gallegos) nuestra intención de alquilar un coche mañana para hacer
una excursión a Delfos. El propìetario hace una llamada y veinte minutos después llega una chica que dice trabajar en una oficina de
alquiler de coches. Quedamos en concretar por la mañana. Estuve hace dos años en Delfos al terminar la primera singladura entre Fisterra a
Ítaca, casi como en una peregrinación de acción de gracias a los dioses, y me había quedado maravillado con el lugar. Estoy seguro
que Jorge y Mariola lo disfrutarán intensamente.
Excursión a Delfos
A primera hora, en un Opel Corsa al que ya le va llegando el tiempo de un largo descanso, salimos hacia
Delfos. La carretera serpentea primero por la recortada costa que separa Galaxidi de Itea. Después se interna en un frondosísimo olivar, y
finalmente asciende las rampas que te elevan hacia Delfos. Unos 500 metros de cambio de cota en apenas unos kilómetros. Las vistas sobre el golfo de
Itea, con ese inmenso olivar que parece un mar pardeado en busca del azul, son estremecedoras. Aparcamos en una cuneta y bajamos a visitar la zona de acceso
libre. Mariola, con su sensibilidad de escultura acostumbrada a domeñar la materia e imaginar volúmenes y formas, observa la calidad de las
piedras y las siluetas de los árboles y arbustos. Jorge y yo caminamos tranquilamente buscando las escasas sombras de la zona. Regresamos al coche y
subimos a la zona del museo y del acceso al recinto arqueológico principal. He decidido esperarlos en una terraza mientras visitan este último
para entrar más tarde, los tres juntos, en el museo. Sentado en esta terraza natural consigo abstraerme de los turistas que entran y salen, del ruido
que producen, de los comentarios repetidos, y conectar por segunda vez con la fuerza telúrica que brota de este ombligo del mundo. Me he relajado
profundamente, no sé cuanto tiempo, cuando Jorge y Mariola regresan contentos y maravillados por las dimensiones y por la riqueza arqueológica
de este lugar, aunque decepcionados por no haber sido capaces de localizar el lugar del oráculo. Lo atribuímos a un error de Matrix y entramos
juntos en el museo esperando encontrar allí alguna explicación. Lo visitamos tranquilamente, cada uno un poco a su aire, y nos volvemos a
juntar en la salida. El sistema se auto-corrige y el oráculo aparece finalmente bajo el templo de Apolo. Otro apunte rápido de Jorge al regreso
de Delfos. Ha sido un acierto esta excursión a Delfos. Se les ve felices. A mí, también.
Rumbo a Trizonia
Salimos tranquilamente del puerto de Galaxidi. Casi no hay viento, y ha rolado un poquito al sur. Nuestra idea era fondear para el plan
BCS (para los últimos en llegar: Baño, Comidita, Siestuki) del día en la bahía de Eratine, pero una vez allí el mar, aunque
poco, se mete en la bahía y preveo un fondeo incómodo. Seguimos hacia Trizonia en donde encontramos uno de los últimos huecos libres de la
marina abandonada. En la bitácora del año pasado ya conté algunas cosas de este lugar. No las repetiré aquí.
Nos damos un bañito en una cala cercana y volvemos al barco para seguir con la Comida y la Siestuki. Tarde tranquila en Trizonia.
Al atardecer paseamos hasta el pueblo. Jorge y Mariola curiosean los alrededores mientras yo chequeo el parte para los próximos días. Cena
igualmente tranquila, regada con abundante Mythos. Volvemos al barco, cigarrito en la bañera, y a la cama. Buenas noches.
De Trizonia a la bahía de Petala
Hoy es día de bastantes millas por proa. Madrugamos y al romper el día nos hacemos a la mar. La tripu, adormecida por el
ruido monótono del motor se vuelve a dormir. Suavemente, con un mar tranquilo y una corriente que por momentos empuja nudo y medio a favor, navegamos
muy veloces hacia el puente de Río. Han pasado un par de horas cuando la tripu se deja ver de nuevo por la bañera. Río y Patras ya quedan
bastante atrás. El viento se ha venido un poquito a la proa, pero es realmente suave. Dejamos el canal de acceso a Misolingui por estribor y dedicamos
un pensamiento a la memoria de Lord Byron fallecido en este lugar en la guerra de independencia que los griegos libraron contra el imperio otomano. Un poco
más adelante vemos la isla de Oxia, como ya conté el año pasado, el escenario de la terrible batalla de Lepanto entre la Santa Alianza
formada por venecianos, españoles y galeras papales, y el turco. Para más información, echar un vistazo en el apartado "lugares".
Navegamos por el estrecho canal que separa Oxia del continente, alejados de los bajos que se forman en la zona por
la sedimentación fluvial, y finalmente ponemos proa a la alejada bahía de Petala, en donde fondeamos para pasar la noche.
Por fin se nota que hay artistas en el barco. Mariola coge las acuarelas y pinta en un santiamén el paisaje del sur de la
bahía. Jorge nada contento a la popa del barco.
Bajo a la cocina y preparo un arroz con vegetales: berenjena, calabacines, pimientos, tomate, cebolla... Umm... rico, rico. Cenamos
acompañados por una inmensa luna llena que se alza lentamente sobre las montañas del continente, convirtiendo ésta la bahía en un
hermoso mar ribeteado de plata. Sopla un par de horas un viento catabático que baja de las Equinades, y pasada la media noche vuelve a encalmar. Noche
tranquila en Petala.
De la bahía de Petala a Vathy en Ítaca
Ítaca a la proa. Otra vez a la proa. Su silueta en la distancia, dos islas unidas por un estrecho istmo, se recorta contra las
aguerridas cumbres de Cefalonia. Qué difícil es regresar a Ítaca.
Hacemos que nuestra jornada sea larga y perezosamente nos desplazamos sobre este mar en calma en el que la bruma confunde los horizontes,
y acaso también los pensamientos.
Fondeamos en la parte sur de la isla, en la pequeña bahía de Pera Pigali, en donde la tradición quiere colocar la
cabaña del porquero de Ulises. Vaya usted a saber. Con o sin históricos porqueros el lugar es de ensueño: un pequeño islote
rodeado de aguas perfectamente cristalinas. Observamos el ancla con claridad aferrarse en un fondo de más de 8 metros.
Nadamos, buceamos, nos secamos vagamente al sol en la cubierta, y damos cuenta de una suculenta "joriátiki", para los
nuevos por aquí, la clásica ensalada griega de tomate, pepino, aceitunas, pimiento, algunas veces cebollino, y una buena tajada (o sea fetta en
italiano) de queso fetta. Qué bueno. Medimos el paso del tiempo con la música de las cigarras, con sus estridentes conciertos de canícula
jónica, siempre iguales y siempre distintos. Como un viaje a Ítaca.
Hacia las 4 nos ponemos en marcha hacia Vathy, la capital de la isla. La sobresaturación de barcos en esta parte del mundo es tal
que llegando a puerto más allá de las 6 de la tarde es difícil encontrar un hueco en el que amarrar.
Renuevo mis votos ante la ermita de
"San Ulises", situada sobre unas peñas que dejamos a babor poco antes de acometer la embocadura hacia la bahía de Vathy. Del monte
Aetos, o Panerón según Cunqueiro, bajan rachas que Poseidón saluda mostrándole los rizos de sus barbas.
Qué hermosos es volver a Ítaca, al recoleto puerto de Vathy, dispuesto como un anfiteatro en el que cientos de pequeñas
casas, con sus oscuras ventanas cual ojitos curiosos, te reciben alegres de nuevo. Otras, esconden una sombra de inquietud.
Como mandan los cánones, vamos a cenar la mejor mousaka del jónico en el "Tsiribis" del viejo Dimitris.
Aquí un viejo amigo Dimitris habría quedado mejor, pero, en puridad, y a pesar del relato de Reverte, el tipo no lo merece.
La que no desmerece un ápìce su calificativo es la mousaka. Como las otras veces, y ya empiezan a ser unas cuantas, deliciosa.
Regreso al barco, amarrado en el peor lugar de Vathy, justo allí donde el menor de los vientos produce un incómodo chapoteo. Para más señas,
el muelle justo al sur de la Policía Portuaria.
Pero, en seguida calma, y la bahía de Vathy se queda como un espejo que refleja limpiamente las luces y brillos del lugar.
Bien, hemos regresado a Ítaca.
De Ítaca a Kalamós y Lefkada
Jornada tranquila, con un limpio navegar a un descuartelar entre Ítaca y Kalamós.
Fondeo plan BCS en la bahía de Port Leone, donde el antiguo pueblo abandonado, y hacia las cinco de la tarde salimos para el puerto de
Kalamós.
A la llegada a puerto Georges, el dueño de la taberna más próxima al muelle, espera para ayudar con los cabos de
amarre. Tarde plácida en Kalamós mientras el puerto se va llenando de más y más barcos. Al final, como de costumbre, lleno
total.
Hemos decidido hacer un día de descanso en Kalamós. Aprovecho para hacer la colada, tres lavadoras, y pasar un día de
holgazán terraceando en los bares del puerto. A Jorge y Mariola tampoco se les ve demasiado estresados. Muy bien.
Todo llega, y todo pasa.
Hoy toca arrumbar a Lefkada para nuevo cambio de tripulaciones. Jorge y Mariola vuelven para Galicia, y de allí llegarán mañana
mis nuevos tripulantes.
Jorge y Mariola han echado una mano, más bien cuatro, con la limpieza del "barco". Se la merecía. Agua en abundancia, mistol,
esponjas y cepillos, y el barco vuelve a relucir. A mí me ha tocado lo de dentro: baños, maderas, nevera, aspiradora...
Es lo que hay. Aquí termina el primer tramo del verano, unas 350 millas navegadas entre el Dodecaneso y las islas del Jónico. El regreso
a Ítaca, entre las sorpresas del barco, y mis problemillas musculares en la espalda, se ha vendida cara. Afortunadamente nada comparable a los 10
años de aventuras y desgracias que padeció Ulises en su vuelta a casa desde Troya.
Ha habido también momentos extraordinarios, de esos que a fuerza de repetirse gastan el adjetivo, pero no la huella profunda que este mundo de mar
y de islas, de sol y de viento, esculpe en nuestros espíritus: los amaneceres en calma, el canto de las cigarras, los hermosos pueblos
cicládicos, los idílicos fondeos en remotas bahías del Egeo y del Jónico, los ocasos malvas, y naranjas, y azules, y plateados,
y..., la luz de los astros en la espesura de la noche, la mejor de las compañías, la apaciguadora soledad...
Gracias Eolo. Gracias Poseidón.
También te podriá interesar: