Viaje en Velero por las Islas Griegas: el mar Jónico
De Lepanto a Ítaca (agosto, 2009)
Con nueva tripulación, Antonia y Gastón han quedado formalmente enrolados en el barco, zarpamos para Naupactos.
Un par de millas antes de llegar al impresionante puente de Rion, nos ponemos en contacto con los controladores. Les damos los datos del
barco, eslora y altura de mastil, y nos indican por donde pasar. Aunque inmenso, una vez debajo del puente da la impresión de que no falta mucho para
que la perilla del palo se quede enganchanda. Pasamos sobradamente.
Naupactos, másconocido por Lepanto, sí, fue el escenario de la gran batalla naval en la que venecianos, genoveses y españoles,
al servicio del Papa, les dieron una buena paliza a la flota turca allá por el siglo XVI, y en la que el veterano Cervantes, como todo el mundo sabe, perdió
una mano. Menos mal que le quedaron todo el ingenio y la otra mano intactos. El puertecillo es una gozada. En lo alto, un castillo con diversos tramos
escalonados de muralla y abundante arbolado. Abajo, el pueblo, con sus callejuelas, tabernas, miradores y el pequeño puerto, protegido por dos
murallas curvas que parecen abrazar al que accede al interior. No estoy muy seguro del calado en el interior así que fondeamos delante del puerto.
Ha sido una buena decisión, no por el calado, que compruebo es suficiente en el muelle central, si no por la tranquilidad. Aquí podemos
bañarnos, tenemos unas vistas extraordinarias y estamos más o menos a salvo del bullicio que se forma a partir del atardecer. La
tripulación desembarca en el dingui, primero para subir hasta el castillo (se quedan justo a los pies, lo cual para nada es un demérito), y por
la noche para tomar una copichuela en una de las terrazas. Todo el mundo vuelve encantado de la visita a Lepanto. Noche tranquila en el barco.
Desandamos lo andado el día anterior. De nuevo, en los alrededores del puente se intensifica el ventarrón y el mar se pone
muy confuso. Hoy, un poco menos que ayer. Al menos viene por detrás, con lo que hacemos una bonita bajada a vela
Más incorporaciones en el barco. A primera hora, muy a primera hora, llegan David y Sonia y con ellos zarpamos hacia las islas. Con fuerza 5 a
6 por la aleta, salimos como motos de Patras hacia el oeste. Navegamos bien y la nueva tripulación se va familiarizando con el barco.
Doblamos Oxia por la tarde, y cae el viento. Damos motor. Son pocas las millas que nos separan de la bahía de Petali, en donde
queremos hacer noche. La bahía, en una zona bastante remota del Épiro, está deshabitada. Es ancha, aunque el fondo desciende
rápidamente. Cuando llegamos hay media docena de veleros fondeados, pero no hay ningún problema de espacio. El ancla agarra bien, soltamos
toda la cadena y mientras preparamos la cena, la noche se cierne entorno al barco. Miles de estrellas sobre nuestras cabezas. Alguna más al terminar
la segunda botella de vino. Bonita noche. Sin novedad.
Buen desayuno buffet en el barco para empezar el día. Salimos de la bahía de Petali y con poco viento navegamos a motor entre las
Equinades. Decidimos visitar el puerto de la pequeña isla de Kastos. Echamos un vistazo desde el barco y fondeamos media milla al NE de la bocana.
Baño delicioso. La nueva tripulación se va haciendo con el ritmo del barco y empieza a prácticar la terapia BCS, hoy S corta porque
sabemos que el puerto de Kálamos es pequeño, acaba llenándose, y no queremos ser los últimos en llegar.
Entramos en Kálamos hacia las 6 de la tarde todavía con mucho sitio. Poco a poco se irá llenando. Paseillo, descanso
y duchas en la taberna de Georges. Le reservamos una de las mesas que tiene en la playita, justamente bajo la taberna. El lugar, de ensueño: mientras
cenas, los lamidos tranquilos de una mar cansada se quedan a pocos metros de tus pies. Cena completa regada convenientemente con Mythos y vino de la casa.
La nueva tripulación prueba el Metaxa y animados subimos hasta la plaza en donde están los bares de la gente local. Buen ambiente. Se unen a
nuestra mesa un par de griegas, Maria y Alexia, también de vacaciones. Corren las copas de Metaxa "me pago" (con hielo) y otros elixires.
Nuestras nuevas amigas griegas, imbuidas de un espíritu de cooperación internacional acaban enseñándonos a bailar el sirtaki.
Solo Sonia demuestra aptitudes. El resto parecemos una cuadrilla de beodos girando alrededor de una farola. Decidimos que ya hemos hecho suficientemente
el ridículo, y que ya va siendo hora de volver al barco.
Mañana resacosa. Fondeamos pronto, en la ya conocida calita al oeste de la torre medio derruida. Con los baños y el resto de la
metodología BCS nos vamos despejando. Pero cuesta. Al salir del fondeadero, observamos que el viento ya está cargando con alegría.
Damos el génova y nos ponemos a ceñir rumbo a Meganisi. El viento aguanta un buen rato y la nueva tripulación conoce la noble escora del
barco. Hora y media después acaba cayendo, al llegar a la zona de las bahías del noreste de Meganisi. El barco entra en la estrecha
bahía que ya conoce bien. Los nuevos grumetes, Antonia y David se lanzan al agua con sendos cabos para hacerlos firmes alrededor de dos olivos.
Las lecciones de nudos han dado sus frutos y los ases de guía salen a la perfección. Afirmamos los cabos, disfrutamos del último
bañito del día mientras atardece en Meganisi. La tripulación baja a tierra con el dingui para caminar hasta el pueblo de Vathy, a
unos veinticinco minutos andando desde la bahía.
Todos regresan encantados del ambiente del pueblo y de la cena en la taberna de "La Rosa". O algo así.
Doblamos el cabo NE de Meganisi, y evitando los arrecifes que se extienden al norte, ponemos proa a Skorpios. El fondeadero al sur de la
isla de Onasis está bastante concurrido. Nos hacemos un sitio por fuera del campo de boyas que pretende proteger la intimidad de la isla y entramos en
modo BCS. El ambiente de la isla parece contagiar a la tripulación del barco que, ocultándoselo al patrón, han adquirido dos espantosas
colchonetas amarillas. En fin...
A media tarde, entramos en la bahía de Nidri. Encontramos un hueco en el centro del pueblo. La tripulación se va a la playa.
Al atardecer damos un paseo por el pueblo con foto incluida delante del monumento de Onasis, que, según cuentan, venía con frecuencia a cenar a
Nidri. El pueblo no nos entusiasma. De lo visto hasta ahora, lo más parecido a un destino de vacaciones en paquete, aunque atenuado por el
carácter tranquilo de los pueblos griegos. Por la noche, con luces y sombras, mejora.
Acabamos sentándonos en la taberna "Ola Kalá". El dueño, un simpático albanés que desea
"happy Christmas" a todo aquel con quien se encuentra, se empata con nosotros. El hombre, bajito pero fortísimo, trabajó en el
circo antes de reciclarse como hostelero, y dejándose llevar por la nostalgia, alegra a los comensales con números circenses. Nos hicimos unas
buenas risas con él. La cena, además, de las mejores.
Copita tranquila en una terraza frente al puerto, y a dormir.
A la mañana siguiente hay calma absoluta. Ni siquiera en el canal entre Levkas y Meganisi sopla el viento. Navegamos a motor hacia Ítaca.
Fondeamos en la bahía de Frikes. Un buen baño, pero la brisa salta antes de lo previsto y la prudencia aconseja pasarse a la parte norte de la
bahía para poder comer más o menos tranquilos. La tripulación sigue erre que erre con las espantosas colchonetas amarillas. Espero no
encontrarme con nadie conocido por aquí. Otra vez solo resta por decir, en fin...
Hay calma absoluta. Ni siquiera en el canal entre Levkas y Meganisi sopla el viento. Navegamos a motor hacia Ítaca. Fondeamos en la
bahía de Frikes. Un buen baño, pero la brisa salta antes de lo previsto y la prudencia aconseja pasarse a la parte norte de la bahía para
poder comer más o menos tranquilos. La tripulación sigue erre que erre con las espantosas colchonetas amarillas. Espero no encontrarme con nadie
conocido por aquí. Otra vez solo resta por decir, en fin...
En la bahía nos encontramos con un velero belga que lleva pavellón de cortesía español. A bordo, una española medio
belga y medio gallega. Acaba de llegar de Sada, en Coruña. Espero que no se haya fijado en las colchonetas. Intercambiamos frases de cortesía
y nos deseamos buena navegación. Hacemos una bonita bajada a vela por la costa este de Ítaca y amarramos enfrente de la taberna de nuestro viejo
conocido Dimitri, que a pesar de lo borde que es, prepara la mejor musaka del Jónico. Cenamos en las mesas colocadas justamente delante del mar, bajo
un gran eucalipto, y una esmerada iluminación que consigue que el agua de la orilla se muestre completamente transparente. Cena muy agradable. Dejamos
el paseo por Vathy para mañana por la mañana y, decentemente, nos retiramos al barco.
Agradable paseo matinal por el pueblo antes de zarpar hacia Cefalonia. Tenemos que garantizar el amarre ya que mañana Sonia y David abandonan el
barco. La tripulación, obediente, se da un baño rápido al norte de Sami y amarramos sin problemas en el muelle adecuado, con buenas
vistas al puerto, y en general.
Nos damos unas buenas duchas en la jupette del barco, y nos preparamos para salir a cenar. Nuestros vecinos italianos nos han aconsejado
una taberna un poco alejada del centro del pueblo, según ellos la mejor de Sami. Allí vamos y allí nos los encontramos. Uno de ellos, que
habla bastante bien el español, se empata un rato con nosotros, y nos hacemos unas risas con él. La cena, a pesar de la recomendación,
bastante discreta, en línea con lo habitual en las islas. El tono nostálgico de la inminente despedida se apodera de la tripulación y
corren las caipiriñas con soltura. Se bebe profesionalmente. Algunas más que otros.
Más tristes despedidas. Esta vez, son David y Sonia los que regresan en ferry desde Sami a Atenas, vía Patras. Nos despedimos temprano
mientras el resto de la tripulación duerme. Hoy no hay demasiadas prisas porque haremos noche fondeados en la bahía de Skoinos, así que
hacemos un fondeo BCS tranquilo en la costa este de Ítaca, en el pequeño canal que separa el islote de Pera Pigadi de la isla. Un lugar precioso.
Con la brisa fresca de la tarde, ceñimos un rato hacia el norte. Fondeamos al lado de una entrañable pareja de jubilados holandeses; ella le
está depilando cariñosamente las cejas a él. Él se deja hacer. Da un poco de rabia en estos momentos tener que fondear tan cerca,
pero no hay mucho más sitio en donde largar el ancla con seguridad. Hacemos que no vemos. Cena tranquila en la bañera y larga sobremesa con
chupitos de ron. Bonita noche.
Con calma, iniciamos el regreso a Vathy, probablemente nuestro puerto preferido en el Jónico. Mañana, muy temprano,
Antonia y Gastón, tienen que coger el ferry desde aquí para regresar también ellos a Patras. Hemos reservado este día para
alquilar unas motos y recorrer la parte norte de la isla. Ha sido una buena idea. Las vistas desde lo alto del monte Aetos son extraordinarias.
Visitamos un monasterio ortodoxo, paramos en la población de Stavros, en el interior de la isla para comer bajo un emparrado.
Bajamos con las motos hasta los puertecillos de Frikes y Kioni
Encontramos uno de los cementerios más curiosos que hayamos visto: directamente en una pequeña cala, solo separado del mar
por unos pinos en donde nos sentamos a mirar el azul. Le damos otra vuelta a la isla para llegar a la mayor playa de Ítaca, Agios Ioannis, en la parte
oeste. Como todas las playas por aquí, es de pura piedra, pero el baño nos refresca. Nos sentimos bien. El trayecto de vuelta, por la carretera
que recorre Ítaca por el oeste es de una belleza indescriptible; el mar tendido sobre el canal que separa, o une, Ítaca y Cefalonia. Las cumbres
de ésta última al oeste, solo un contraluz de un sol que ya va cansado. La generosa vegetación de la isla que cubre las empinadas laderas
que se hunden en el mar. Todo el mundo debería recorrer este pequeño trayecto en moto, cualquier tarde de verano, cuando el día prepara
su descanso y se cumple la promesa diaria del ocaso. Cena de despedida en una de las tabernas situadas en las callejuelas interiores de Vathy. Un acierto,
en plan casero, todo está delicioso. El dueño, un simpático griego, bajito y regordete, sale a practicar su español con nosotros.
Estuvo embarcado por medio mundo en barcos de tripulación española. A pesar de sus sesenta y pico años, le brillan los ojos y con
mirada seductora, coquetea con Antonia. Bravo. Copa tranquila de despedida en uno de los bares del este de la bahía. Regreso a bordo porque
mañana toca madrugar.
Son las 6:30 de la mañana y empiezan las carreras. Gastón y Antonia no encuentran los billetes del ferry. El contramaestre que controla
el acceso al barco les dice que no es su problema. Faltan solo cinco minutos para zarpar y Gastón corre a la agencia de viajes donde ayer compraron
los billetes para ver si pueden hacer algo. Los billetes estaban allí. Se los habían olvidado el día anterior. Gastón, jadeando,
regresa al ferry cuando ya están preparándose para subir la rampa. Parece que la vida ha dejado de fluir y vuelven las prisas. Nos despedimos
rápidamente y los veo alejarse del puerto de Vathy con las primeras luces del día. Tristeza otra vez. Aprovecho el madrugón para ponerme
en marcha. Toca subir el barco a Preveza en donde prepararé la varada que está reservada para el día primero de septiembre. Esto llega
a su fin.
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