Vacaciones en Velero con Patrón por las Islas Griegas: de Mykonos a Leros
De Mykonos a Ikaria (mayo, 2011)
Todavía queda un poco de mar confusa en el canal que separa Mykonos de Tinos. Los últimos días ha pasado una
perturbación que además de agua y frío ha traído bastante viento. El estado del mar así lo atestigua. Sin embargo,
para hoy, el parte es tranquilizador. Lo peor ya ha pasado y el único problema es que con el viento tan flojo en la popa, y con sesenta y cinco
millas por delante, va a tocar darle vueltas al motor.
Todo tranquilo hasta llegar a unas ocho millas del extremo occidental de Icaría. En este punto confluye todo el tráfico que proveniente del
sur de Grecia o Turquía, Oriente Medio o Egipto, se dirige hacia Estambul o el Mar Negro. Es decir, una especie de Finisterre del Egeo en el que el
tráfico de los grandes mercantes, petroleros, gaseros, etc. es constante. A medida que nos acercamos al cabo vemos cuatro grandes barcos que se
aproximan: tres por el sur y uno por el norte. El primero pasa muy por delante sin problemas, pero el que viene por el norte, y el más próximo
por el sur van a coincidir con nosotros, ya que llevamos un rumbo perpendicular al de ellos. Los escucho por el 16 poniéndose de acuerdo en la forma de
maniobrar para darse mar por medio. A los dos veleros que estamos en la zona, simplemente nos ignoran. Observo con preocupación que el mercante que
viene por el norte está cada vez más cerca. Lo llamo por radio para ofrecerme a modificar el rumbo. Me dice que no, que siga así, pero
dicho con desgana, casi con desprecio. Efectivamente, pasa una media milla por delante de nuestra proa, y entonces cae a estribor para dar espacio al que
viene por el sur. La proa de este otro mastodonte ahora sí que apunta directamente a nosotros. Y está cada vez más cerca. De nuevo cojo
el VHF para ver qué hacemos. El tío va y me dice, entre paternalista y chulesco, que esta no es una zona para andar jugando, que hay mucho
tráfico serio, y finalmente que no hagamos nada. Ok, respondo, pero no sé si el tipo está vacilando porque su proa sigue apuntando
directamente a nosotros. A una milla lo veo caer un poco a babor apuntando por detrás de nuestra popa. Uff... pero tampoco es que el tipo se aleje
demasiado. Sí, está vacilando. Finalmente pasa a una media milla de nuestra popa. No creo que sea necesario extraer conclusiones del
episodio.
Icaría, a continuacíón de Samos desde la costa de Asia Menor, es una isla muy alta que forma una primera barrera de
protección al archipiélago del Dodecaneso del viento y mar del norte y del noroeste. La isla tiene fama de ser uno de los lugares más
ventosos del Egeo. Hoy el día está en calma, hemos venido navegando a motor con seis o siete nudos en la popa. Al acercarnos al cabo, el viento
empieza a subir y en quince minutos llega a los veinte nudos. Un par de millas más adelante vuelve a caer. Es probablemente el mejor indicador para
confirmar la tendencia del viento a acelerarse en esta zona, incluso en días de calma como hoy. Una vez doblado el cabo, todavía nos faltan
quince millas para llegar a Agios Kirikos, capital de la isla y puerto de recalada para hoy.
El pueblo, pequeñito y resultón. Unas pocas docenas de casas que se alzan en sobre las laderas que descienden hasta el puerto. Pero el
puerto es verdaderamente pequeño y está literalmente tomado por las lanchas de los pescadores locales. Un único velero de bandera
americana ocupa el único sitio disponible para amarrar. Entramos con cuidado porque a ambos lados del canal de acceso se ven las rocas que ascienden
rápido hacia los cantiles de los muelles. Desde el barco americano una señora nos hace señas para indicarnos que nos podemos abarloar a
ellos. Qué bien. Ese es el tipo de actitud que uno espera de la gente del mar. Un espíritu de solidaridad con los otros navegantes.
Recordaís el episodio con los ingleses de Lepanto, o los franceses de Egina? La mujer, que después se presenta como Jackson, con una sonrisa y
un welcome en la boca, recoje nuestras amarras mientras el barco se abarloa al velero americano con matrícula de Boston. Al cabo llega el marido
de Jackson que se presenta como Rico. Rico y Jackson!! Conversamos un rato con ellos: lo habitual, de dónde vienen, hacia dónde van, nos
preguntan por el puerto de Mykonos, ellos navegan hacia el Oeste, ya de vuelta, aunque despacito, despacito hacia USA. También nos preguntan por
Baleares. Les doy un pequeño folleto informativo de los puertos que gestiona el gobierno balear, significativamente más baratos que los
náuticos privados, y les aconsejo que visiten Cabrera y Formentera.
Bajamos a recorrer las dos o tres calles de Agios Kirikos y nos sentamos a cenar en el restaurante de la pensión Dédalo.
Bien. Cocina casera, sabrosa y a buen precio. La temperatura ha vuelto a subir y es agradable tomarse un cafecito en una de las terrazas del puerto mientras
observamos juguetear a nuestros pies a una cámada de tres gatitos. Creo que no lo he dicho todavía. En Grecia hay miles de gatos en las calles.
En cada puerto, en cada taberna, en cada bar, en cada restaurante uno se encuentra con gatos que viven de la compasión que saben despertar en los
comensales de las terrazas. Los dueños de los bares, cuando ven que sus clientes se incomodan con los gatos, les tiran un cubo de agua. A los gatos, no
a los comensales. Por lo de ahora..
Rumbo a Patmos
Mañana sin prisas en el barco. Desayuno generoso en la bañera y hacia las once, después de despedirnos de nuestros
vecinos Jackson y Rico, zarpamos de Agios Kirikos hacia Patmos. Carmen me pide que en vez de hacer rumbo directo a la isla, demos una pequeña vuelta y
pasemos por el estrecho canal que separa la isla de Furni de su vecina Fímaina. Es una buena idea. Sin viento y con el mar en calma nos entretenemos
viendo la costa desde cerca. El canal es muy estrecho pero con suficiente calado. A estribor vemos a una milla el pequeño puerto de Furni y algunas
lanchas de pescadores entrar y salir. Al sur de Furni pasamos entre la pequeña isla de Makronisi (paradójicamente el nombre significa en griego
gran isla) y el mini archipiélago de las islas de Antropófagos (inquietante nombre que no necesita traducción) en el cual, por las dudas,
decidimos no parar.
Desde muchas millas de distancia, y desde cualquier dirección que se mire, se observa en lo alto de Patmos la llamativa figura del monasterio de
San Juan Teólogo, alzándose sobre un ramillete de casitas blancas que forman a sus pies el pueblecito de Chora. Este monasterio es el segundo
lugar en importancia para los cristianos ortodoxos después del monte Athos, y en la ladera que baja hacia el puerto de Skala se encuentra la cueva en la
que San Juan escribió el Apocalipsis. El puerto de Patmos es lugar de recalada habitual de los grandes cruceros. Cuando estos llegan y se desprenden de
sus dos o tres mil pasajeros la isla se pone a reventar. Las tiendas y bares se llenan, el monasterio y la cueva de San Juan se colapsan y el tráfico
en general quiere parecerse al de Atenas. Cuando los barcos se van, la isla recupera su ritmo pausado. Patmos tiene la justa medida, ni muy grande, ni muy
pequeño. Chora en lo alto, con sus callejuelas empinadas, muy estrechas y encaladas, silenciosas. Abajo, el puerto de Skala, con sus tabernas y
terrazas, las lanchas y veleros entrando y saliendo. En los alrededores varias bahías muy protegidas con buenos fondeos y un par de tabernas. Nos gusta
Patmos, así que cambiamos los planes y decidimos quedarnos otro día en la isla.
En Patmos
Alquilamos un par de motos, aquí a diez euros al día, y nos echamos a la carretera. El de la tienda de las motos, que
también es conductor de autobuses, nos avisa de que a las tres llegan tres barcos cargados de turistas, así que lo mejor es iniciar nuestro
recorrido por el monasterio. A partir de las tres se pondrá imposible. Las vistas desde la carreterita que serpentea hacia lo alto de Chora son
espectaculares; las bahías de Patmos, las islas de Lipsi, Arki, Furni en la distancia, el mar resplandeciente. Hacemos una primera parada en la cueva
del Apocalípsis. Hay un grupo de alemanes visitándola, todos ellos de aspecto muy devoto, que están rezando en el interior. El interior
de la cueva está repleto de iconos, candelabros con velas encendidas, cuadros... En estas condiciones es difícil imaginarse a San Juan
escribiendo uno de los textos más enigmáticos de los evangelios y que de tal manera ha influido a la cultura occidental. Fuera de la cueva
brilla el sol, los colores están saturados de una primavera que quiere reventar en las buganvillas. En el aire se mezclan los olores del mar y de
los pinos... Así, es difícil que la mística venza a los sentidos. Subimos a las motos y seguimos ascendiendo hacia Chora.
Visitamos el monasterio, también bastante lleno con grupos de origen eslavo, y curas ortodoxos, con sus frondosas barbas y modernas
coletillas, poniendo orden entre el personal. Apenas he leido acerca de la historia de este monasterio, pero es evidente que es el resultado de la
yuxtaposición de diversos elementos. Está compuesto como de trocitos de edificios que desordenadamente se han ido apilando los unos junto a los
otros. Resulta un pequeño laberinto de pasillos, escaleras, patios, altillos, capillas y habitáculos por los que el visitante deambula libremente.
Hay otras zonas a las que está prohibido acceder. Un grupo de mujeres eslavas, todas ellas con velo cubriéndoles el cabello, precedidas por un
cura, suben por uno de estos accesos prohibidos. Se ve que tienen influencia entre los "páter" ortodoxos y las vemos desaparecer tras una
balustrada.
Salimos del monasterio y nos perdemos por las calles de Chora. Finalmente, después de tanto subir y bajar, encontramos una terraza
con una sombra deliciosa, en la que nos sentamos a observar la isla desde las alturas. El resto del día lo dedicamos a recorrerla con las motos.
Conducimos hacia las bahías de la parte oriental. Es una parte de la isla todavía más tranquila. Además, quiero reconocer los
posibles fondeaderos de la zona. Son tres bahías consecutivas, las tres parecen buenos fondeaderos protegidos del Meltemy. En las dos primeras hay
algunos bares y apartamentos. En la última, una solitaria taberna a pocos metros de la playa. Buena elección para la comida. La tarde se desliza
suavemente y regresamos al barco. El patrón se hace una siesta como Dios manda, y la nueva tripulante sigue recorriendo la zona sur de la isla.
Noche tranquila en el puerto de Skala.
Rumbo a Lipsi
Sin prisas recogemos en el barco y nos ponemos rumbo a la pequeña isla de Lipsi. Sigue soplando muy poquito y siempre por la
popa cerrada, por lo que seguimos a motor. La llegada es muy bonita. El pueblo no se ve hasta que se dobla el cabo que cierra la bahía por el norte.
Entonces, aparecen las casitas blancas de Lipsi apiñadas entorno al puerto y coronadas por la cúpula azul-griego de la iglesia local.
Amarramos al lado de un simpático australiano, un señor de unos sesenta y cinco años, muy educado y conversador.
Al vernos llegar, se ofrece a recoger nuestros cabos de popa y tras los agradecimientos empezamos a conversar. Llevan él y su señora nueve
años navegando por la zona. Los últimos ocho con base en la costa turca, y este último con base en Samos. Le pregunto por el arco que
lleva en popa, un arco de inox que claramente no ha sido montado en el astillero, y que tiene un aspecto extraordinario. Un trabajo esmerado en inox, sobre
el que lleva montadas las placas solares, las antenas, unos cabestrantes para el fueraborda y la neumática, y todo ello integrado en el balcón
de popa. Me cuenta que se lo hicieron en Turquía, en Mármaris, uno de los inviernos en los que tuvo el barco varado. El arco me encanta. Llevo
tiempo dándole vueltas a montar algo parecido en el barco. Le pregunto si no es indiscrección saber lo que le costó. Por supuesto que
no, contesta, fueron unos mil trescientos euros, con el diseño, el inox, los anclajes modificados, etc. Dan ganas de irse a Mármaris para que
te monten uno de estos arcos...
Una señora inglesa, le está sugiriendo a unos suizos que no se vayan de la isla sin probar la comida de casa "Manolis". Nos quedamos
con el dato y nos vamos a buscar a Manolis. Tenemos hambre. Subimos la cuestecilla que lleva a una mini placita muy cerca de la iglesia y encontramos el
"Manolis". Cuatro mesas en la calle, y otras tantas en el interior. Un acierto. Comemos rico y a buen precio.
En Lipsi
Tarde tranquila en Lipsi: Carmen se va a la playa, y el patrón se queda practicando el arte de la siesta.
Por la tarde llega a puerto una flotilla de Sunsail con la que ya hemos coincidido en Patmos. Son un total de once veleros, todos Beneteau de 43 pies, con
los que andan jugando a las regatas entre islas. Las caras de las tripulaciones de los barcos amarrados en Lipsi muestran preocupación cuando los ven
llegar. En realidad habría que estarles agradecidos por el espectáculo que dan con los atraques. Mucha ropa náutica, gafas de sol de
diseño, guantes de regata, gritos entre barcos, y bastante poca pericia en el gobierno. Nadie nace aprendido y en realidad todos aprendemos a base
de cometer errores. Pero lo de esta gente, con esa actitud de sobrados y de vuelta de todo, y después haciendo el ridículo golpeando unos
barcos contra otros, engachándose las cadenas y las anclas, atravesándose a la proa del compañero... En fin... cosas que a todos nos
pueden pasar. Pero esta actitud... Falta tanta experiencia como humildad.
Los isleños deben estar un poco hartos de todos nosotros, la gente que llegamos en los barcos para pasar uno o dos días en isla. Hay
carteles recordando que el nudismo está prohibido "en nuestra isla". O que está prohibido desembarcar basura que no sea orgánica
"en nuestra isla". Carmen incluso ha visto un cartel en el que piden que no entren los turistas a molestar pidiendo información... Al final
no sabes que pensar. Entiendes las incomodidades que provocan los forasteros en una pequeña comunidad local, pero también son una, por no decir
la única, fuente de ingresos. Creo que detras de estos sentimientos colectivos, ya sean para fomentar la convivencia o la discordia, hay siempre una
fuerza inicial que contamina o beneficia al resto de la comunidad. Esa determinada actitud se va mimetizando en las comunidades, y sin saber bien cómo
ni cuando, al final la comunidad local ha asumido una actitud manifiestamente hostil hacia el forastero, o por el contrario, otra distinta volcada en dar
servicio al visitante. Dicen que en Grecia no hay dos islas iguales. No sé si será así, pero es cierto que el ambiente con que se recibe
al forastero varía inmensamente de unas islas a otras.
Y en Lipsi, excepto la gente del "Manolis", no me han parecido muy simpáticos. A pesar de todo, no lograron evitar que
disfrutásemos de este delicioso entorno.
Rumbo a Leros
Ha estado soplando toda la noche una brisa persistente, pero ahora, de mañana, vuelve a estar todo en calma. Desayunamos tranquilos
y nos ponemos en marcha hacia Leros. Otras quince millas hacia el sur, con el viento flojo soplando por la aleta. Decidimos dar una pequeña vuelta y
entramos en el canal que separa Leros de la pequeña isla de Archangelos, en la bahía de Parteni. Aquí, en Parteni se quedará el
barco en tierra durante el mes de junio, descansando de la travesía primaveral y cogiendo fuerzas para el periplo estival. Me interesa echar un
vistazo porque mañana tengo que volver a aquí. Se ve un buen número de palos en el varadero, pegado, pegado al micro-aeropuerto de Leros
y todo parece en orden. Seguimos navegando hacia el puerto de Lakki. En la costa norte y oeste de Leros predominan los acantilados y las paredes de roca viva.
Es una costa dura sin lugares en donde fondear. Muy disimuladamente, un poco más al sur, se abre una pequeña boca que da paso a la gran ensenada
en la que se encuentra el puerto de Lakki. Algo parecido a la ría de Ferrol, una boca estrecha que se ensancha para dar paso a una resguardada
bahía. En el interior, igual que en Ferrol, una base de la armada griega. En realidad, no hemos visto más que un par de pequeñas
patrulleras. El resto debían estar de ejercicios navales, porque ayer, a medida que nos acercábamos a Lipsi oímos una serie de avisos
de Olimpía Radio advirtiendo de ejercicios con fuego real al norte de Leros. Al poco, empezamos a oír los cañonazos, una docena en una
media hora, y tremendas nubes de humo que se levantaban en distancia. ¿Habrán empezado otra vez a darse de tortas con los turcos? Hoy todo
está más tranquilo. En Lakki Marina nos esperan. La pequeña Marina forma parte de la misma empresa que gestiona el varadero de Parteni,
en donde se quedará el barco. Nos reciben con amabilidad y después de bastantes días volvemos a tener acceso a luz, agua, duchas y
wi-fi directamente en la marina. Llenamos agua, gasoil, cargamos baterías, limpieza general, y el barco queda otra vez listo para revisión.
Al atardecer cogemos un taxi hasta uno de los pueblos de la isla, el pequeño puerto de Pandeli en la costa este. Horror, nos volvemos a encontrar
con la flotilla de Sunsail, esta vez fondeados en la bahía de Pandeli y con cabos por la popa hacia las rocas. Tenemos el dato de un restaurante en lo
alto del pueblo, con unas estupendas vistas a la bahía, y una cocina un poco distinta a la carta habitual de las tabernas del puerto. Dimitri el Calvo,
así se llama el restaurante. En griego, Dimitris "o karaflas". Es cierto, la cabeza de Dimitris brilla como una bola de billar. Nos explica
que no tiene un menú fijo, que cada día cocina algo diferente y eso es lo que ofrece a sus comensales. Según lo cuenta, todo tiene muy
buena pinta. Finalmente probamos el "Chitsiri", variedad de queso local, y un poco de carne asada. La carne buenísima, el queso demasiado
ágrio para nuestro gusto. Aún así, no sobra demasiado.
Carmen desembarca mañana, así que tomamos una copita de despedida en el bar del puerto de Lakki.
Luna llena en el Egeo.
Fin de Singladura en Parteni... hasta el verano!
Esta mañana Carmen ha desembarcado. Le quedan un par de días de vacaciones antes de volver a Madrid y quiere conocer un
poco más de las islas. Después de despedirla, he terminado de recoger el barco, pasar el aspirador, tirar la basura, limpiar baños....
y finalmente me he puesto en marcha hacia Parteni. Día tranquilo en el mar. La temperatura ha subido y ya se huele el verano.
Una vez amarrado en Parteni, a una de las boyas rojas que pertenecen al varadero, me doy un baño en condiciones. La temperatura del agua no ha
subido en estas semanas de los 21,5 grados, todavía un poquito fresca para mi gusto, pero en la resguardada bahía de Parteni, el termómetro
marca 24,5º. Perfecto. Baño tranquilo que aprovecho para revisar la carena del barco. Todo en orden. La patente ha aguantado bien y no hay
ni sombra de verdín o incrustaciones a pesar de no haber pintado este año. Bien.
Me quedo a dormir amarrado a la boya. Mañana, a las ocho de la mañana toca varar.
Esta mañana he varado el barco en Parteni. Ha quedado en su cuna, descansando después de un mes de navegación por
aguas griegas.
Hemos cumplido nuestro objetivo, cambiar la base de operaciones del mar Jónico, por esta otra de la isla de Leros en el Dodecaneso. Además,
hemos disfrutado a fondo de la navegación por este inmenso mar de islas. Treinta días que han servido también para poner el barco a punto,
ajustarlo después del parón invernal. Pequeños detalles con el equipamiento, el motor o la electrónica que han quedado perfectamente
afinados.
Las tripulaciones, como viene siendo la norma en el barco desde que hace más de un año salimos de Coruña, han estado chapeau. No
sé qué es lo que tiene este barco que impregna a los que llegan de un fabuloso espíritu positivo, solidario y generoso. Un espíritu
que fluye... O quizás sea al contrario, tanta gente positiva, solidaria y generosa ha pasado por el barco, que la vida a bordo de éste no
podría ser de otra manera. Sea como fuere, nuestro agradecimiento, el del barco y el mío propio, por haber compartido con nosotros estos
días de mayo en la hermosa Grecia.
Todo esto no es un verdadero epílogo, sino un breve hasta pronto. A finales de junio, el barco volverá adonde mejor se siente, al mar, y
si Eolo y Poseidón lo permiten, en julio estaremos ya navegando por las islas del Dodecaneso, preparándonos para dar el salto a Turquía a
finales del mismo mes, o a primeros de agosto.

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