Vacaciones en Velero con Patrón por las Islas Griegas: de Ítaca a Corinto
De Preveza a Ítaca (mayo, 2011)
De nuevo en Ítaca. Nueve meses de frío invierno, y una semana de puesta a punto en Preveza quedan atrás. El
sábado 8 de mayo, el barco ha vuelto al agua, y tras hacer noche en Preveza, hemos navegado hacia el sur, a través del canal de Levkada para
alcanzar el puerto de Vathy.
Ha sido una hermosa navegación, con 15 a 20 nudos por el través hasta llegar al Golfo de Aetos. Sin embargo, el acceso al
puerto de Ítaca se ha vendido caro con el viento aumentando hasta alcanzar rachas de 38 nudos en la bocana de acceso. Tercera ida de orzada del barco
en tres años. Espero que la ratio siga así, una ida de orzada por año y que ésta haya sido la última del presente. Dentro
del puerto un poco mejor, aunque ha seguido la rasca toda la noche. A pesar de estar casi a mediados de mayo, la vida en la isla corre a ralentí. Muchos
locales cerrados, poca gente por la calle y muchos metros de muelle en donde amarrar.
Cada vez que entras en el puerto de Ítaca te sientes observado por cientos de ventanitas oscuras que recuerdan los frescos de Coruña que
pintó Urbano Lugrís en el hoy Café Vecchio o en el Restaurante La Bottega. Fachadas claras con tejados anaranjados y pequeñas
ventanas pintadas con colores oscuros. ¿Es posible sentir inquietud y familiaridad a un tiempo? Algo así me ocurre cada vez que entro en el
anfiteatro marino del puerto de Vathy.
A nuestra popa ha amarrado un velero de bandera finlandesa, de unos 9 metros. Dos parejas muy jóvenes, una niña
de unos seis o siete años, un bebé de unos meses que han sacado a pasear, y otro en camino avanzado en la barriga de una de las chicas. Todo
esto en treinta pies navegando con treinta nudos… Hemos cenado discretamente en uno de los pocos restaurantes abiertos, parrillada de carne un poco
seca: cerdo, cordero e hígado de cordero. El que conozco, con buena comida casera, estaba cerrado.
Buen inicio de navegación.
De Ítaca a Lepanto
Esta mañana he caminado hasta el pueblo mientras la tripulación se iba desperezando para comprar un pan de sésamo con
miga amarilla, y unas pastas de almendra y miel con las que desayunar antes de salir hacia el golfo de Patras. Todo rico, rico.
Sigue soplando con insistencia en la bahía, no tanto como anoche, pero todavía por encima de los 20 nudos, y sube hasta los 25
en el canal de salida de Vathy. Lo sospechábamos pero no con tal claridad. Fuera, apenas hay viento. Vemos a nuestra popa el chorro a presión
que baja del Monte Aeto y se cuela acelerado a través del canal de Vathy, mientras que a la proa el mar está en calma y el viento apenas llega
a los 10 nudos. Los sorprendentes efectos sobre el viento de esta violenta orografía local. La mañana está soleada, el viento aumenta un
poquito y damos velas rumbo a Oxia navegando bien con el viento empujando por la aleta de estribor. Otra hermosa navegación. Pasan algunos ferris que
vienen de las islas del norte o de Italia y que se van colando en el Golfo de Patras. Doblamos la isla de Oxia, verdadero escenario de la batalla de Lepanto,
y enfilamos hacia el puente Río. El viento cae y se nos pone justamente a la popa. Tenemos que dar motor para llegar a Lepanto con luz. Cruzamos el
puente de Río que une el Peloponeso con el continente sin incidencias, tras avisar por radio a los controladores y que estos nos indiquen por donde
pasar. Pasar por debajo no cuesta nada. Por encima, en coche, son 12 euros. Caro, caro. El puente es hermoso lo mires desde donde lo mires, tanto de noche
como de día. La ingeniería es uno de esos oficios privilegiados en los que técnica, talento y creatividad permite ejecutar obras que
aúnan el sentido funcional y el estético de manera ejemplar.
El puerto de Lepanto es otra joya. Un micro puerto envuelto por un cerrado abrazo de piedra que forma otro teatro urbano al que se asoman las terrazas
siempre animadas. El problema es que hay sitio solo para dos barcos como el nuestro. Desde lejos intentamos vislumbrar si las dos únicas plazas
disponibles en el puerto para veleros de nuestra eslora y calado están ya ocupadas. Vemos un par de mástiles y dudamos. En realidad hay tres
veleros en el interior. Afortunadamente, dos son más pequeños y han amarrado a la entrada, en la parte este en donde nosotros tenemos problemas
por el calado. El tercero, un Jeanneau de 42 pies y bandera inglesa está ocupando él solo los dos sitios disponibles. Dos tripulantes a bordo
nos ven entrar por la bocana y se apresuran a quitar las defensas de los costados. A gritos, les llamamos, mientras miran para otra parte. Finalmente, cuando
es evidente que no pueden no oír nuestras voces se dan la vuelta sin mucho interés y hacen como que no entienden cuando les pedimos que muevan
un poco su barco para que quepamos los dos. Menuda gentuza. Mi inglés no es brillante, pero se me entiende suficientemente cuando va apoyado por la
gesticulación. Con desgana acceden a mover medio metro su barco para que podamos amarrar también nosotros. Algo les debe remorder en la
conciencia porque saltan al muelle a recoger nuestros cabos de amarre. En esto del mar te encuentras con un poco de todo. Sigo pensando,
aún así, que son bastantes más los navegantes solidarios y dispuestos a echar una mano que los domingueros que trasladan al mundo del
mar los peores hábitos de la vida urbana.
Llama la atención, tras el vacío de Ítaca, el llenazo de Lepanto. Nos preguntamos si mañana será
día festivo por la cantidad de gente que hay en las terrazas. Nos dicen que no. Que siempre es así??? Pues bien, cenamos en una terraza
acompañados por un grupo de ocho o nueve “chicas de oro”, muy de peluquería y maquilladas, muy cargadas de joyas o bisutería,
no sé, y que montan un considerable follón. Probablemente celebrando la promoción del instituto de 1960. Interesante. Copa tranquila en
platea de Lepanto con las luces del Peloponeso centelleando en el horizonte.
de Lepanto a la isla de Trizonia
Hemos comprado algo de fruta, queso, yogur, productos frescos en definitiva, en un pequeño súper al lado de la plaza del
pueblo. Con la nevera llena zarpamos rumbo a Galaxidi, en el Golfo de Corinto. Galaxidi es un precioso pueblo con doble puerto que conocí el año
pasado. Tiene además el mérito de haber sido uno de los astilleros más importantes de la Grecia decimonónica. Allí se
construyeron cientos de esos grandes veleros de madera que recorrían el Mediterráneo y el Atlántico. No supieron adaptarse a la llegada
del vapor y la actividad declinó de forma abrupta. De esa época dorada quedan algunas mansiones de los grandes armadores y constructores de
Galaxidi, además de un curioso museo naval, y un peculiar ambiente marinero. No hay bar o restaurante que no conserve restos de alguno de estos grandes
veleros, o de objetos relacionados con las grandes navegaciones a vela del siglo XIX. De camino a Galaxidi decidimos hacer una parada en la pequeña isla
de Trizonia para comer algo e intentar darnos el primer baño de la temporada. En Trizonia hay una especie de marina abandonada. Los diques y algunos
pantalanes están perfectamente acabados, pero el resto duerme en una perfecta dejadez. He leído que se construyeron en Grecia muchas marinas y
obras portuarias de este estilo aprovechando los fondos europeos para el desarrollo regional, pero una vez acabadas no hay nadie interesado en gestionarlas.
En Trizonia es una verdadera lástima. El lugar es precioso. Lo costoso de la obra ya está hecho, y lo único que faltaría
sería dotar las instalaciones de luz, agua y algunos servicios. Sin embargo, todo permanece en un estado de abandono general. Hasta el extremo de que en
la dársena interior hay un velero naufragado. Un gran ketche del que sobresalen los palos por encima del segundo par de crucetas. El barco se
hundió, el dueño lo dejó abandonado, y nadie está interesado en asumir el coste de retirarlo de ahí. Así que
ahí se queda. En las zonas más interiores de la marina hay una docena de hippy-barcos. Veleros que un día amarraron aquí y que
probablemente nunca más se marchen. Las cubiertas llenas de trastos de todo tipo y las amarras con telarañas y verdín…
Y sin embargo, o quizás precisamente por eso Trizonia nos ha gustado. Hemos rehecho planes después del almuerzo y decidimos
quedarnos aquí a pasar la tarde en vez de seguir hacia Galaxidi. Bien. Ayer fueron muchas las millas navegadas y hoy apetece remolonear. Los más
valientes se dan un baño en el puerto. El agua está limpia, limpia, pero todavía muy fría para mis articulaciones. Evidentemente
no formo parte de ese grupo valeroso. Siesta general y paseo por la isla. Nos internamos por los senderos de tierra y piedra hacia un pequeño monte,
sorteando docenas de telas de araña cosidas con habilidad entre ambos lados de los senderos. Arañas inmensa y moteadas que intentamos respetar,
y también que ellas nos respeten a nosotros. Prevalece la paz. Coronamos el montecillo, unos ciento veinte metros de altura con hermosas vistas a ambos
lados de la isla. Como premio bajamos al puerto y nos obsequiamos dos rondas de Martíni blanco con mucho hielo. Umm… Estamos empezando a coger
ritmo… El local, como muchos en los puertos de Grecia, tiene wifi. Miramos las previsiones del tiempo, parece que llega un frente activo hacia el fin
de semana, correo… Cena más bien discreta en el “Calypso”, aunque la taberna, innegablemente, ofrece también algún
encanto personal además de los culinarios...
Coincidimos con unos “charteristas” españoles. Unos quince distribuidos en dos barcos. Tenemos la sensación que si los
hubiésemos encontrado en Lepanto amarrados en el lugar del inglés, tampoco nos habrían entendido aunque les hablásemos en
español. Pero en fin, arrieros somos…
Noche plácida en el puerto de Trizonia. Cielo inmensamente estrellado.
Rumbo a Kyato
Salimos temprano de Trizonia. Tenemos unas 50 millas hasta Kiato, el puerto que hemos escogido ya que está bastante protegido del oeste que dan
para la próxima noche, antes de atravesar el canal. Paradójicamente, a ambos lados del canal de Corinto no hay ningún puerto amplio y
seguro en donde amarrar. En cualquiera de las dos partes hay que contar unas 15 millas de navegación para encontrar puertos y fondeaderos medianamente
aceptables. Tenemos también en cuenta que a veces, según informan los derroteros, hay que esperar hasta tres horas para poder atravesarlo,
mientras se forma el convoy en la dirección que te interesa, y que además al salir hay que amarrar para pagar y cumplimentar las formalidades.
Por tanto, decidimos cruzarlo temprano por la mañana para tener margen de tiempo suficiente para llegar con luz a Epidauro o Egina. El plan inicial era
bajar hasta Epidauro, pero hoy el GPS ha dejado de funcionar. El display funciona correctamente, pero no le llega la señal de la antena. Hemos probado a
reiniciar, resetear, abrir la caja para comprobar los contactos, pero nada. Así que si mañana sigue igual cambiaremos el plan y en vez de navegar
hacia Epidauro lo haremos hacia Egina donde probablemente haya algún servicio de electrónica que nos pueda echar una mano. En caso contrario,
quedamos a 15 millas de Atenas adonde podríamos llegar el viernes todavía con tiempo de encontrar una solución. Además del GPS
portátil de respeto también tenemos los teléfonos móviles con GPS integrado para salir del apuro. Pero es necesario poner una
solución antes de navegar hacia las Cícladas. Creo que los parones no le sientan bien a los barcos. Al cambiar el ánodo de la hélice
de proa, partió el tapón del cárter del aceite. Afortunadamente, pude cambiarlo. Milagrosamente, porque la parte interior del tapón
quedó dentro y sacarlo de ahí dentro lo consigues una vez de cada cien mil intentos. En el primer arranque del motor la bomba de agua del sistema
de refrigeración perdía un poquito de agua. Creo que es el retén, pero de este no tengo repuesto. La estoy vigilando y no ha vuelto a
gotear, pero en algún momento habrá que cambiarlo. En definitiva, que el barco mejor mantenido es el barco más navegado.
Con respecto a Kyato, la única justificación que tiene parar aquí es el tema del cruce del canal. Pueblo feuchiño.
Rumbo a Corinto
Salimos temprano hacia el canal de Corinto. Navegamos sin GPS y localizar la entrada exacta en la distancia no es demasiado fácil. La estima nos
lleva una media milla al sur. Hemos estado confundiendo el norte del puerto comercial de Corinto con la entrada al canal. A una milla reconocemos los
pequeños y destartalados espigones exteriores que dan acceso al canal. Está llegando una golondrina de las que pasean a los turistas a
través del canal. Apretamos a fondo el acelerador para colocarnos detrás de ella y entrar enseguida en el canal. Lllamamos por radio a los
controladores para confirmar nuestras intenciones y mientras vemos la golondrina acceder, a menos de 200 metros de distancia, nos dicen que debemos esperar
fuera, que no nos dan paso. Leches. Nos han levantado el puente en las mismísimas narices. Y digo levantar porque los puentes se sumergen para dar
paso a los barcos, y se alzan para que pase el tráfico rodado. Empezamos a dar vueltas y a hacer tiempo. Pasa una media hora y vemos que se aproxima
en sentido contrario la misma golondrina que se coló delante. Nos preparamos para entrar. Sale la golondrina, dan luz verde, y cuando ponemos proa a
la entrada vuelven a poner la luz roja y nos avisan por radio que debemos seguir esperando, que tienen tráfico en el otro sentido, que nos amarremos al
muelle medio derruido que tenemos a nuestro estribor y básicamente que nos lo tomemos con calma, que probablemente tardemos todavía otra hora y
media en poder pasar. Paciencia. Amarramos y esperamos. Del otro lado del muelle está amarrada la lancha de los prácticos del canal. Al cabo de
una media hora los vemos llegar, desamarrar y hacernos señas para que nos pongamos en marcha. En cuestión de segundos aparece un segundo barco,
el Tritón que nos hace señas para que nos pongamos en marcha, y por la radio oímos que nos avisan desde el control del canal para que
entremos. Joer, hora y media esperando y ahora con todas las prisas. Full speed, full speed, nos gritan desde la lancha de los prácticos, desde el
Tritón, por la radio. Pues nada, full speed y hacia dentro. El Tritón tiene que cruzar también el canal y se coloca a nuestra popa, sigue
insistiendo en el full speed. Pongo el barco a 2.200 revoluciones, pero debe haber una corriente en contra, entrando desde el Egeo hacia el Golfo de Corinto
porque apenas alcanzamos los 6 nudos. Pues que tengan ellos ahora un poco de paciencia. Y allá vamos. La altura de las paredes del canal aumentan a
medida que te internas. Impresiona los tremendos tajos metidos a la montaña con los medios técnicos de finales del siglo XIX, es decir, mano de
obra y más mano de obra rompiendo piedra a destajo. Cruzamos sin más incidentes. Al llegar del lado del Egeo, amarras a estribor y bajas a las
oficinas a pagar el "peaje": dos cientos euros por cruzar un canal de unas tres millas. Probablemente el más caro del mundo por milla
navegada.
Si quieres seguir leyendo la continuación de esta singladura puedes hacerlo en "De Corinto a Mykonos"

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