Islas Griegas - Cícladas


Vacaciones en Velero con Patrón por las Islas Griegas: de Corinto a Mykonos



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Mapa de la travesía en velero de Corinto a Mykonos

De Corinto a Egina (mayo, 2010)

Salimos temprano hacia el canal de Corinto. Navegamos sin GPS y localizar la entrada exacta en la distancia no es demasiado fácil. La estima nos lleva una media milla al sur. Hemos estado confundiendo el norte del puerto comercial de Corinto con la entrada al canal. A una milla reconocemos los pequeños y destartalados espigones exteriores que dan acceso al canal. Está llegando una golondrina de las que pasean a los turistas a través del canal. Apretamos a fondo el acelerador para colocarnos detrás de ella y entrar enseguida en el canal. Lllamamos por radio a los controladores para confirmar nuestras intenciones y mientras vemos la golondrina acceder, a menos de 200 metros de distancia, nos dicen que debemos esperar fuera, que no nos dan paso. Leches. Nos han levantado el puente en las mismísimas narices. Y digo levantar porque los puentes se sumergen para dar paso a los barcos, y se alzan para que pase el tráfico rodado. Empezamos a dar vueltas y a hacer tiempo. Pasa una media hora y vemos que se aproxima en sentido contrario la misma golondrina que se coló delante. Nos preparamos para entrar. Sale la golondrina, dan luz verde, y cuando ponemos proa a la entrada vuelven a poner la luz roja y nos avisan por radio que debemos seguir esperando, que tienen tráfico en el otro sentido, que nos amarremos al muelle medio derruido que tenemos a nuestro estribor y básicamente que nos lo tomemos con calma, que probablemente tardemos todavía otra hora y media en poder pasar. Paciencia. Amarramos y esperamos. Del otro lado del muelle está amarrada la lancha de los prácticos del canal. Al cabo de una media hora los vemos llegar, desamarrar y hacernos señas para que nos pongamos en marcha. En cuestión de segundos aparece un segundo barco, el Tritón que nos hace señas para que nos pongamos en marcha, y por la radio oímos que nos avisan desde el control del canal para que entremos. Joer, hora y media esperando y ahora con todas las prisas. Full speed, full speed, nos gritan desde la lancha de los prácticos, desde el Tritón, por la radio. Pues nada, full speed y hacia dentro. El Tritón tiene que cruzar también el canal y se coloca a nuestra popa, sigue insistiendo en el full speed. Pongo el Turquesa a 2.200 revoluciones, pero debe haber una corriente en contra, entrando desde el Egeo hacia el Golfo de Corinto porque apenas alcanzamos los 6 nudos. Pues que tengan ellos ahora un poco de paciencia. Y allá vamos. La altura de las paredes del canal aumentan a medida que te internas. Impresiona los tremendos tajos metidos a la montaña con los medios técnicos de finales del siglo XIX, es decir, mano de obra y más mano de obra rompiendo piedra a destajo. Cruzamos sin más incidentes. Al llegar del lado del Egeo, amarras a estribor y bajas a las oficinas a pagar el "peaje": dos cientos euros por cruzar un canal de unas tres millas. Probablemente el más caro del mundo por milla navegada.

El mar está revuelto de este lado del Egeo. El cielo amenaza lluvía y el viento, que ya íbamos notando en el interior del canal, nos llega frío por la proa. La navegación entre Corinto y Egina es un pequeño "slalon" entre islas e islotes. Mantenemos tapados los GPS de respeto y decidimos navegar de manera tradicional mediante demoras, marcaciones, etc. Es el lugar ideal. Había trazado una ruta segura de waypoints con mucho margen con respecto a las zonas peligrosas, pero nos volvemos a sentir tan seguros con la navegación tradicional, son tantas las posibles demoras a tomar en la zona, que dejamos de observarlo. Hasta que llega un chubasco y nos reduce la visibilidad a un par de esloras. Um... Encendomos el radar y volvemos a destapar el GPS, porque en la zona, antes de que se cubriera hemos visto varias lanchas de pescadores y ahora en medio del chubasco nos vemos nada. Afortunadamente aclara en unos minutos y la visibilidad vuelve a ser buena. A medida que nos separamos de la salida del canal y nos internamos en el Golfo Sarónico el viento va cayendo y el sol vuelve a brillar. Navegación tranquila hasta Egina.

La entrada al puerto de Egina, un número. Es bastante temprano y el puerto ya está completamente lleno. Delante de nosotros hay un barco que está dando vueltas esperando a que quede algún punto de amarre libre. Nada. Nos hemos fijado al entrar que quedaba un pequeño medio-hueco al lado de un Dufour 45 de bandera francesa. El sitio es malo, pero vemos que otros barcos están llegando al puerto y si no andamos rápidos al final nos quedaremos incluso sin el medio-sitio al lado del francés. Está complicadillo, porque hay que amarrar a la griega y el viento viene de costado, soplando justamente hacia donde nada nos puede parar. Además, en el muelle, tampoco hay nada a donde echar un cabo hacia barlovento. En fin, una joya de atraque. Allá vamos. A la primera el barco me cae demasiado a sotavento. Aborto la maniobra y decido intentarlo de nuevo. Allá vamos por segunda vez. Los franceses están esperando para echar una mano. Esta vez el Turquesa entra bien, Juan salta rápido para amarrar de popa mientras el francés nos sujeta el barco para que no caiga a sotavento mientras tensamos el ancla. Metemos un spring provisional a su barco para que no nos caiga la proa mientras terminamos la maniobra. Tensamos cadena y... más o menos funciona, pero el francés nos pide que nos desamarremos, que el peso de nuestro barco está recayendo sobre su ancla. No le falta razón. Soltamos y vemos qué pasa. Bien, el ancla aguanta bien. Hay que pensar que estamos a mediados de mayo, que hemos llegado temprano a Egina, y ya con estos números. Esto en verano debe ser espantoso. Tengo referencias de que se llega a amarrar en segunda y tercera fila, también a la griega, pero en vez de lanzar las amarras al muelle, se las lanzan a los dos barcos que tienes a popa. Y así hasta formar una tercera fila. Una verdadera locura. Y que al que estaba en primera fila no se le ocurra salir temprano. Al cabo de una hora observamos movimiento en el puerto. Hay una flotilla de chárter, unos seis o siete veleros que navegan en conserva, que parece que se ponen en marcha. Efectivamente, empiezan a desamarrar. El problema es que en este rato, han llegado otros cuatro o cinco barcos que dan vueltas en el interior del puerto esperando a que quede sitio libre. Unos se marchan y los otros ocupan su lugar. Cuando ya no queda ningún barco dando vueltas, observamos que se marcha el último velero de la flotilla. Miramos hacia la bocana y vemos que vienen más barcos hacia el puerto. Es ahora, o nunca. Largamos amarras, recogemos el ancla y decidimos ocupar el hueco de verdad que queda en el centro del puerto dejando este medio-amarre casi en la bocana. Todo sale bien y ocupamos un cómodo sitio enfrente a las terrazas. Durante las próximas horas asistimos al espectáculo de barcos que llegan y se ponen a dar vueltas esperando a que quede un hueco libre donde amarrar. Uno no sabe bien cómo, pero al final todo el mundo consigue amarrar en algún sitio. Ayuda la noche sin viento porque algunos amarres son para fotografiarlos. Se ha hecho tarde para buscar una tienda de electrónica naval. Lo dejamos para mañana. Paseo por el pueblo, cena tranquila más bien discreta y a dormir.

En Egina

He madrugado para acercarme a la zona de varaderos e intentar solucionar el problema del GPS. Nada. Todo el mundo me remite a Atenas. Aquí no vamos a poder solucionar nada. Al menos consigo un par de direcciones y números de teléfonos de negocios de electrónica naval en Gllyfada, en las cercanías de Atenas. Llamo y quedo de intentar llegar a la una al Pireo para que me manden un técnico. Estamos preparados para salir, enciendo la central de navegación y... voilá, el GPS vuelve a funcionar. En estos casos no sabes bien qué hacer. Estoy seguro de que aunque ahora el GPS funcione correctamente hay algo que no va bien. Pero si llamas a un técnico a comprobar el estado del GPS y ve que todo está funcionando correctamente va a decir que así él nada puede hacer. ¿Qué hacer? Esa es la pregunta. Cancelo la cita con el técnico y optamos por la teoría de dejar que fluya... Nos quedamos en Egina, alquilamos unas motos y salimos a disfrutar del día en la isla.

Campos de la isla griega de Egina
Capilla en el puerto de la isla griega de Egina

La proximidad a Atenas se hace presente en el bullicio del puerto y sus alrededores. Hay barcos rápidos tipo aliscafo que la conectan con el Pireo cada media hora. Pero a medida que te alejas del puerto la presión cede. En el interior hay un par de montes de altura considerable. En uno de ellos se encuentra un templo dórico dedicado a la ninfa Afea. Subimos por una carreterita bien asfaltada rodeada de frondosísimos pinares. Huele a resina, a madera, a campo con intensidad. En lo alto, el templo. Tomamos algo fresco en el chiringuito contiguo bajo una buena sombra sobre mesas formadas por bloques de mármol, sin duda extraidos del recinto arqueológico. Como es habitual en el urbanismo de la antigua Grecia, la situación es excepcional, en lo más alto de la isla, con el mar centelleando sobre los pinares que cubren las laderas. Del templo, qué decir, después de Segesta, Selinunte, Taormina, para los profanos es uno más. Personalmente, lo que más me impresiona, es la cuidada elección del emplazamiento y del entorno. Depués, se trata de dejar fluir la imaginación por unos instantes para asimilar que compartes un lugar hoy muerto, con personas que en su día lo llenaron de vida, de deseos, esperanzas, temores... Poco más. Allí abajo, el campo de Egina, con inmensas plantanciones de pistachios. Están por todas partes, hasta haberse convertido en uno de lo símbolos de la isla.

Templo de Afea en la isla griega de Egina

Dejamos los templos y seguimos fluyendo rumbo a las calas de Agia Marina. La tripulación se da el primer baño en el Egeo en condiciones. El patrón se ha olvidado el bañador en el barco, y después de hacer un poco el rídiculo mojándose las rodillas con una toalla a rayas en plan pareo cubriendo sus intimidades, decide aplazar el bautismo del Egeo. Sobre la playa hay unas terrazas espectaculares, sombreadas con buganvillas, refrescadas por la brisa, y con unas vistas estupendas hacia el pequeño golfo. Comida de nuevo más bien discreta, pero compensanda con creces por el entorno. Después del cafelito, vuelta a las motos. Regresamos a Egina. Lo primero comprobar el estado del GPS. Sigue funcionando. Bien.

Rumbo al Pireo

Ponemos proa al Pireo. Hoy llega la nueva tripulación, Belén y César, y hemos quedado de vernos en Zea Marina, una de las marinas de Atenas, entre el puerto comercial y Mikrolimano.

La llegada al Pireo es un espectáculo. Enormes barcos de todo tipo fondeados en los alrededores, y el tráfico de ferris entrando y saliendo constantemente del puerto. Es necesario prestar atención... pero va a ser que no. Esta vez la atención se la vuelve a llevar el GPS. A falta de un par de millas ha vuelto a saltar la alarma de que ha dejado de recibir el fix, o sea, la posición expresada en forma de coordenadas que proporciona el sistema GPS. Llamo de nuevo a la tienda de electrónica, pero es sábado y hasta el lunes nos nos pueden mandar a nadie. Entramos con cuidado en Zea Marina y nos dan el amarre contiguo al barco de los franceses que nos negaron el spring en Egina. Coincidencias. El rencor no habita en el Turquesa y entablamos con ellos relaciones de buena vencidad.

El entorno de Zea Marina es como el Puerto Banús del Pireo. Megayates, muy, muy megas. Tripulaciones profesionales bruñendo metales y sacando brillo en donde todo ya brilla, coches de lujo, bares y restaurantes tremendamente llamativos... Aconsejable, aunque solo sea por curiosidad visitar un local llamado "La Piscina". No me quedó muy claro si ese es el nombre traducido de "The Pool", pero no tiene pérdida. Ahorro descripciones para no mermar la sorpresa.

El domingo la tripulación ejerce de turistas y viajan en metro, unos cuarenta minutos, hasta la Acrópolis.Todos ellos acreditan haber alcanzado el Partenón con fotos que asi lo demuestran. Tarde tranquila en el Pireo.

Tripulantes en la Acrópolis

El GPS sigue haciendo de las suyas, ahora funciona, ahora no. El lunes, alrededor de las nueve y media llegan los técnicos. Confirman nuestras sospechas. El problema está en la antena y hay que cambiarla. En previsión de que así fuera han traido una antena nueva. El problema es que toda la electrónica del Turquesa es de Raymarine, todos los equipos van conectados por el protocolo de comunicación SeaTalk y el Plotter y el Rádar por HSBC, ambos protocolos exclusivos de Raymarine, y la antena que traen ellos solo manda la señal con el protocolo abierto NMEA. Un lío. Al hablar por teléfono con la empresa insistí en que todo era Raymarine y ellos me aseguraron que trabajaban con todas las marcas, pero no es cierto. Los veo con preocupació intentar puentear la señal del SeaTalk con la antena vía NMEA sin resultados y llegados a este punto les digo que no, que prefiero instalar la antena de Raymarine compatible con el resto de los equipos del barco. En ese momento admiten que ellos no tienen esa antena y que será muy dfiícil encontrarla en Atenas. Imposible, digo yo. Es una antena tremendamente común que utilizan todos los barcos con electrónicia de Raymarine. Dicen que ellos no la tienen. Recogen, me dicen que no me cobran nada por la visita, y se van. Así es Grecia. Hay que tomarse las cosas con calma. Ellos han perdido un par de horas de trabajo por no haber admitido en un principio que no trabajaban con Raymarine, y a mí me han hecho perder tres horas en las que podía haber buscado otra solución. Uno de los técnicos, el más joven me da el nombre de la empresa que trabaja con Raymarine, la cual, paradojas del destino, tiene una sucursal a quinientos metros de donde estamos. Allá vamos a por la antena. Regresamos al barco con la antena y con cuatrocientos euros menos. Tras comprobar que con la nueva antena todo funciona correctamente de nuevo, retiramos la antigua e instalamos la nueva. Entre pasar cables, hacer conexiones, fijar, etc. nos dan las cinco de la tarde. Con los deberes hechos nos vamos a dar un paseo corto, cenita sana y a dormir. Mañana queremos arrancar para las Cícladas.

Hacia las Islas Cícladas

El día sigue nublado y toda la noche ha estado soplando con insistencia. Rachas molestas incluso para dormir bien atracados en el interior de la marina. Vuelvo a comprobar las previsiones del tiempo en Internet y los tres sitios que consulto habitualmente coinciden en señalar fuerza 4 a 5 en la zona del Golfo Sarónico. Con esa información decido salir. Según doblamos la bocana del puerto veo que el día está feo. Hacia el norte se ve bastante viento, pero hacia el sur la situación parece estar un poco más calmada. Navegamos hacia Cabo Sounion, extremo meridional de la región del Ática y lugar que los antiguos atenienses eligieron para erigir un templo dedicado a Poseidón. Era, en cierto modo, el lugar en dónde los atenienses se despedían de casa, y el lugar también que les indicaba que habían regresado sanos y salvos de sus singladuras bélicas o comerciales.

Cabo Sounion desde el mar
Cabo Sounion desde el mar

Los partes del tiempo se han equivocado y hoy nos toca ver las barbas plateadas de Poseidón enredándose entre las crestas que golpean al Turquesa por la aleta de estribor. Rachas de 38 nudos y trenes de olas muy cortas vuelven incómoda la navegación. A sotavento del cabo la situación mejora, pero aún así decidimos cambiar los planes y entrar en Lavrio, en Olympic Marina, en vez de continuar hacia la isla de Kea. La tripulación lo agradece.

Bajamos caminando desde la Marina hasta el pueblo, unos tres kilómetros. Lavrio tampoco es una perla, pero como cualquier pequeño puerto griego tiene su encanto. Al lado del mercado de pescado vemos una taberna en la que están comiendo pescado los propios vendedores del mercado, todavía con los mandilones de plástico encima. Lo tomamos como la mejor de las señales y acertamos. Pedimos una especie de pescadito frito, creo que el nombre en griego es "marida", calamares y unas gambas. Una fritada en condiciones. Todo delicioso y con cerrvezas y vino salimos a menos de diez euros por cabeza. Bien. Se ha hecho de noche y regresamos en taxi a la marina. Caminar a oscuras por las carreteras griegas, en la forma en que conducen estos griegos, no es muy aconsejable.

Rumbo a Syros

Con el cambio de planes decidimos saltarnos la isla de Kea e intentar llegar de una tirada hasta Syros, a unas 55 millas de distancia. Hoy toca madrugar un poco y hacia las ocho de la mañana soltamos amarras en Lavrio. El mar ha calmado, la mañana es espléndida. La tripulación, después del desayuno vuelve a los brazos de Morfeo en los camarotes. Doblamos Kea por el sur, y atravesamos el cinturón de las Cícladas por el canal que la separa de Kythnos. Entrar en las Cícladas es como hacerlo en las entrañas del tiempo. Un cinturón de islas barridas por el viento y quemadas por el sol. Parecen llevar ahí desde el origen de los tiempos, haber asistido a las primeras navegaciones mediterráneas de griegos y fenicios, inalterables, duras, perennes. Estas es la mejor época del año para navegar por estas aguas. A partir de julio se entabla el viento Meltemy y en esta zona golpea con furia hasta el mes de septiembre. Por ello, nos cruzamos con bastantes veleros, que como nosotros, van saltando de isla en isla a través de este puente de rocas emergidas que conecta Grecia con Asia Menor. El escenario ideal de todo navegante. Un mar de islas en el que siempre, y a la vista, una nueva isla sucede a la anterior. Divisamos además de Kythnos, Serifos, Sifnos, Andros, Tinos. Todas ellas a distancia de un día de navegación. A la proa, el contorno de Syros se va definiendo progresivamente. Sin embargo, el puerto de Ermoupolis (la ciudad de Hermes), al que nos dirigimos está en la parte oriental. Bojeamos la isla por el sur lamentando no tener más tiempo para hacer una parada en la bonita bahía de Finikas.

Caique de pescadores en la isla griega de Syros

Rumbo a Syros

La llegada a Ermoupolis desde el mar es muy hermosa. La ciduad se extiende a los pies de dos colinas coronadas por sendas iglesias. Literalmente se desparrama hacia el mar en un apiñado conjunto de casitas cúbícas. Uno amarra en el corazón de la ciudad. Hay que llamarle ciudad porque en realidad es la capital de las Cícladas y algo de esa distinción capitalina se destila en el ambiente del lugar. Bajamos a dar un paseo y nos adentramos por las callejuelas interiores de la zona del puerto. Esto es una preciosidad. Callejuelas cubiertas por puentes de buganvillas, marmol gastado en las aceras y las fachadas, flores por todas partes, terrazas aquí y allí, mansiones decimonónicas con fachadas neoclásicas, incluso una gran plaza en la que se encuentra un gran ediicio con aspecto de sede de alguna administración local o regional. En la plaza, soportales y el habitual ambiente de paseo y animación común a toda Grecia.

Vista de Ermoupolis, la capital de la isla griega de Syros, desde el mar
Vista de Ermoupolis, la capital de la isla griega de Syros, desde el mar

Familias, parejas, jóvenes, niños jugando por las calles. Las ciduades griegas se llenan de vida al atardecer. Un bullicio tranquilo y sereno en el que la ciudad se echa a las calles y se ejercita una sana convivencia en la que todos participan. Sería fácil establecer un paralelismo entre este sentido cívico actual y el de las primeras polis. Pero a estas alturas, sé que la Grecia actual es otra cosa. Nuestra mirada hacia Grecia está demasiado contaminada por las referencias clásicas, por la antigüedad... Si buscas el pasado, no lo encontrarás en Grecia. Este es un páis joven, y se nota. Más heredero de Bizancio y del imperio Otomano que de la antigüedad greco-romana. Perdura el idioma, o una forma de aquel idioma, y algunos restos arqueológicos aquí y allá. Nada más.

Hay que quitarse todos esos prejuicios de la cabeza y limpiar la mirada para poder ver Grecia. Y ciudades como Ermoupolis dignifican este país.

Vista de Ermoupolis, la capital de la isla griega de Syros, desde el mar

En Ermoupolis

Mañana de sorpresas en Syros: tomando café conocemos a Néstor Papatsoulas. Nos ha oído preguntar por la parada de taxis para ir a unos efectos navales al otro lado del puerto y se ofrece a llevarnos en su coche.
El hombre, de unos ochenta años, chapurrea el español y así nos cuenta que pasó buena parte de su vida en la mar, trabajando de engrasador en barcos con tripulaciones españolas. En uno de ellos hizo buena amistad con el segundo de máquinas. Miguel Lestón era su nombre. Y añade con emoción: ¡el mejor hombre que conocí en mi vida! Era del norte, de Coruña.
¡Hombre, si nosotros también somos coruñeses! Vaya casualidad.
La cara de Néstor se ilumina. Y aunque media vida sufrida en el mar se lee en las arrugas profundas y la tez oscura y curtida de su rostro, los ojos de Nestor tienen un brillo, raro en las personas mayores, que aúna ilusión por la vida, alegría intrínseca y un cierta picardía bienintencionada. Se anima y recuerda que eran los años cincuenta y su barco, el “Arití”. En las tripulaciones, entonces, abundaban los marineros griegos y gallegos: gente dura, recia, impelida a buscar en el mar lo que la tierra propia les negaba. Miguel Lestón, el mejor hombre que conoció en su vida Nestor Papatsoulas, tenía una novia farmacéutica, nos cuenta, y quería casarse con ella, como fuera, cuando regresara a Galicia. Sonríe y exclama: ¿quién sabe dónde y cómo estará?
Nestor insiste en esperarnos en la tienda de efectos navales y alarga el regreso dándonos una vuelta en su coche por la isla de Syros. ¿Quién sabe dónde y cómo estará?, repite. Nunca más volvimos a vernos. Hay nostalgia profunda en su voz. Nos sentimos conmovidos por sus recuerdos y le aseguramos que cuando volvamos a Galicia interaremos localizarlo, el apellido Lestón es frecuente en la ría de Muros y Noia, y, si tenemos éxito, les pondremos en contacto. Sea.
Gracias a Google y la wifi del bar de enfrente, iniciamos la búsqueda de Miguel Lestón desde el mismo barco. No tardamos en obtener resultados esperanzadores; aparece una farmacia de un tal M. Lestón en Muros, Coruña. ¡Eureka! La historia parece encajar. Decidimos no esperar más y llamar por teléfono desde Syros a Muros para preguntar por Miguel Lestón. Imaginaros la situación: “hola, le estoy llamando desde una isla griega porque he conocido a un señor, Néstor Papatsoulas, marinero griego, que hace cincuenta años navegó con Miguel Lestón... “ La respuesta no podía ser otra: oye, ¿es una broma de la radio o algo así? No, insisto es cierto y le doy toda la información de la que dispongo: el nombre del barco, la época, el trabajo de segundo de máquinas, la novia farmacéutica, la búsqueda en Google... y el Miguel Lestón con el que hablo, me confirma que sí, que él es el hijo de aquel Miguel Lestón y su entonces novia farmacéutica. Pero el otro Miguel, su padre, ha fallecido hace pocos años. Lo sentimos y expresamos al hijo el recuerdo extraordinario que su padre dejó en este Néstor Papatsoulas, de Ermoupolis, isla de Syros, que cincuenta años después lo recuerda como el “mejor hombre que conocí en mi vida”. Del otro lado del teléfono, la voz se quiebra con la emoción y nos agradece la llamada.
Le doy el número de teléfono de Néstor Papatsoulas y quedamos en que pasaremos por la farmacia de Muros algún día, cuando volvamos a Galicia.
Regresamos al bar donde hemos conocido a Néstor con la mala noticia, pero éste ya no está. Alivio y tristeza.

Vista de Ermoupolis, la capital de la isla griega de Syros
Manifestación en Ermoupolis, la capital de la isla griega de Syros

Paseamos por las calles del centro en donde nos sorprende una manifestación. Deben ser los empleados del astillero de Syros, uno de los tres o cuatro grandes astilleros de reparaciones de barcos que hay en Grecia y donde trabajan unas dos mil personas. Toda esta información se la debemos, claro, a Nestor Papatsoulas. Aunque seguramente coincidiríamos con muchas de sus reinvindicaciones y desencantos, nos alejamos de la manifestación y nos dirigimos a la calle del mercado, donde hay unos puestos con una fruta, hortalizas, quesos y dulces extraordinarios. La tripulación entra en alguna tienda de souvenirs y.... segunda sopresa de la mañana. Nos encontramos con Hugo, un ex-jugador del Fabril, equipo filial del Deportivo, que ha sido cedido al equipo de la isla de Syros. Jugó en el Fabril hace cuatro años y ha recalado en la isla como fichaje estelar para ayudar a ascender de categoría al equipo local. En buen español con acento brasileño recuerda con nosotros su etapa en Coruña, con un ápice de nostalgia y nos da algunas recomendaciones. Quiere invitarnos a comer, pero tenemos que salir hacia Mykonos. Lo sentimos. La última sorpresa de la mañana la tengo en la policia portuaria, en donde me encuentro con un policia que ha vivido en Santander durante dos años. He ido a sellar el DEPKA y como premio obtengo la primera bronquilla oficial de la temporada por no haberlo hecho en Lavrio, Atenas o Ítaca. A estos griegos no hay quien los entienda, en cada isla interpretan la normativa de manera distinta. Unos te dicen que hay sellarlo siempre, en cada nuevo puerto, otros que una vez al mes es suficiente. Lo mejor, mientras ellos no aparezcan por el barco, incordiarles lo menos posible. Aunque sigo sin entender el griego, me parece que el policia que ha vivido en Santander intercede ante su jefe para que no me pongan más problemas. Tres formularios, veinte minutos y una bronquilla, y ya tenemos el DEPKA sellado. Bien. Es hora de zarpar hacia Mykonos.

Rumbo a Mykonos en Velero

La navegación es muy apacible. El mar sigue en calma, el sol va calentando la mañana y el Turquesa se desplaza alegremente por las aguas de las Cicladas. Intentamos dar velas, pero el viento es demasiado flojo y nos entra directamente por la popa. Toca seguir a motor.

Al oeste de Mykonos, aunque prácticamente pegadas a ella, se encuentran las islas de Rinia y Delos. La segunda, fue el centro de la confederación délica en la época en la que los atenienses se hicieron los señores del Egeo, y sobre todo fue uno de los grandes centros religiosos de la antigua Grecia. Una isla sagrada en el centro del cinturón cicládico. Hoy, toda ella es una gran recinto arqueológico al que se accede en barco desde Mykonos. Está prohibido fondear en Delos. Dedicamos una mirada de respeto, y uno de esos pensamientos emocionados que te sacuden cuando tu camino se cruza con uno de estos lugares claves de la historia antigua. Nos proponemos visitar Delos desde Mykonos en los próximos días.

A media tarde amarramos en el nuevo puerto de Mykonos, a unos cuatro o cinco kilómetros al norte del pueblo.

Vista de la isla griega de Mykonos
Vista de la isla griega de Mykonos
Vista de la isla griega de Mykonos

En Mykonos

El derrotero explica que está prohibido amarrar en el viejo puerto situado en el corazón del pueblo, y el buen número de veleros amarrados en el nuevo lo confirma. Hay mucho sitio libre, sin problemas. Nueva sorpresa. Desde el muelle nos saludan en español. Es Silvia, a la que conocía por su blog en internet ya que ella y su pareja, un holandés llamado Johan, viven y navegan en su barco naranja por el Mediterráneo. Nos cuenta que han estado navegando desde febrero por el Jónico, el Golfo Sarónico, las Cícladas y que ahora están de camino hacia las Espóradas de norte, antes de poner proa a Estambul. Su barco se llama "Alea", aunque es más conocido por el barco naranja. Parecen muy buen gente. Tiienen un blog muy interesante y animo a todos a echar un vistazo. Les invitamos a tomar algo pero están saliendo para el pueblo. Quedan de pasar esta noche por el Turquesa. En el puerto, de nuevo el panorama habitual . La obra de mar finalizada, pero el resto de las instlalaciones, a pesar de su juventud se encuentra en un estado de abandono general. No hay agua, ni luz, aunque al menos aquí hay lineas de fondeo que evitan tener que tirar el ancla. Nos volvemos a preguntar por qué razón no hay empresas que gestionen estos puertos, que ofrezcan los servicios básicos, agua, luz, gasoil y duchas limpias, y que cobren por ello una cantidad razonable. Se generaría empleo y actividad económica y todos saldrían ganando. Es una maravilla llegar a los puertos griegos, amarrar en el centro del pueblo, intengrar los barcos en el paisaje urbano, y además no pagar, o pagar muy poquito por ello. Pero de vez en cuando uno necesita esos servicios que ofrecen las marinas, y la realidad demuestra que las pocas que hay en Grecia presentan siempre, a pesar de la competencia de los puertos libres, unos buenos índices de ocupación. En fin...

Alquilamos unas motos enfrente del puerto y nos ponemos en marcha hacia el pueblo de Mykonos. Subimos hasta la parte más alta. Todo el pueblo está peatonalizado y una carreterita de servicio lo circunvala. La luz a esta hora de la tarde embellece todavía más el panorama. Mykonos es muy hermoso desde fuera, y desde dentro. Pero enseguida observas que es un lugar que ha perdido su alma. Una especie de parque tematizado de pueblo mediterráneo en el que no hay vida más allá del turismo. Comercios y locales de hostelería saturan las estrechas callejuelas encaladas de Mykonos. De vez en cuando llega un crucero, y entonces, en pocos minutos dos, tres o cuatro mil turistas inundan sus callejuelas atiborrando las tiendas de souvenirs, de moda o las mil y una joyerías. Mykonos es un bonito ejemplo de arquitectura mediterránea, una de los lugares más fotografiados del mundo, hermoso sí, pero vacío.

Vista de la isla griega de Mykonos desde lo alto del pueblo
Calles de la isla griega de Mykonos

Nos alejamos del centro a la búsqueda (imposible) de una taberna no excesivamente turística. Mi cena, un mini brazo de pulpo a la brasa, siete centímetros de longitud, por uno de diámetro, a doce eurazos, sobre una abundante cama de lechuga en juliana, va a ser motivo de coña entre la tripulación las próximas horas. Mañana, casi que no desayuno.

Silvia, Johan y una tripulante llamada Izaskun recien ircorporada al Alea, nos visitan por la mañana. Suben a bordo y charlamos un rato antes de que se pongan en marcha. En un ratito zarpan hacia Syros en su camino hacia las Espóradas. Nos deseamos buena mar y esperamos encontrarnos de nuevo en algún pequeño puerto del Mediterráneo.

Alea, el barco naranja
Alea, el barco naranja

Nosotros hemos decidido aprovechar el día para explorar la isla con las motos. El tiempo ha empeorado: se ha nublado y amenaza lluvia. La temperatura también ha bajado un par de grados. Nuestro primer destino: "Paradise Beach", en el sur de la isla. El lugar es uno de los más conocidos de Mykonos, una playa entorno a la cual se ha desarrollado un complejo de apartamentos, bares, campings y discotecas orientados hacia el segmento de jóvenes y adolescentes con muchas ganas de mucha fiesta. También es conocido por haberse convertido en un destino icono de turismo gay. Todo está muy tranquilo a estas horas, son sobre las once de la mañana, a pesar de la música a todo volumen de uno de los locales de la playa. Sigue refrescando. Tomamos un café en uno de los bares. El camarero ignora a Belén mientras nos guiña el ojo a los hombres. Ponemos cara de circunstancias para que no haya dudas de que con nosotros no va por buen camino, pero el hombre insiste en quedarse charlando con nosotros. La tripulación también insiste en que el camarero le guiña más el ojo al patrón que al resto. El patrón lo desmiente rotundamente.

Paradise beach en la isla griega de Mykonos
Paradise beach en la isla griega de Mykonos

Entre el rayito de pulpo y el camarero de Paradise Beach la tripulación se le está subiendo a las barbas del patrón. Habrá que ordenar sesión de subida al palo y valdeo doble para todos...

De Paradise Beach nos vamos a Super Paradise Beach. Estos griegos... Antes de bajar con las motos a lo profundo de la bahía en la que se encuentra este otro complejo, cambiamos de opinión. Ha empezado a llover, sigue refrescando, y la moto de César y Belén ha dicho que no, que se niega a subir esas tremendas cuestas con los dos. O uno de ellos se baja, o ella se queda ahí. Como es natural, prevalece el criterio de la moto y Belén, sacrificada, corre con el casco puesto, cuesta arriba, detrás de la moto de César. No está mal como pequeña revancha por el vacile del pulpo y el camarero...

Panorama de la isla griega de Mykonos

Regresamos al barco. Tarde tranquila en la que cada cual descansa y se entretiene como mejor le parece. Cena en la taberna de Mathews, enfrente del puerto nuevo. Un acierto.

Terrazas en el puerto de la isla griega de Mykonos
Terrazas en el puerto de la isla griega de Mykonos

Nuevo día de cambio de tripulaciones. Hoy se van César y Belén de vuelta para Galicia, y llega Carmen desde Madrid. Día de puesta a punto del barco. Limpieza general, interior y exterior. Llenamos agua y gasoil y hacemos una compra para los próximos días. Con la tristeza de las despedidas y los preparativos para la llegada de la nueva tripulante pasa el día sin novedad.

Si quieres seguir leyendo la continuación de esta singladura puedes hacerlo en "De Mykonos a Leros"

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