Viaje en Velero entre Cefalú y Messina: Las Islas Eolias
de Cefalú a Mesina, julio 2009 (135 millas)
Con pena nos despedimos de Puri en Palermo. Al poquito de empezar a navegar, ya se nota un vacío grande en el barco. Nuestra
Puri se ha marchado. Aliviamos las penas con plan BCS enfrente del puerto viejo de Cefalú. Estupendo el baño al pie del pueblo con su tremenda
catedral normanda en lo alto.
No nos demoramos porque queremos asegurar un puesto en el puerto de Presidiana (Cefalú). Antes de entrar hacemos gasoil y casi
le hacemos un agujero al barco en la línea de flotación. Ni una defensa en la gasolinera, ni un aviso, nada, y al acercar el costado al muro
de piedra veo con pánico un cantil que sale del muro como 40 centímetros justo en el borde del agua. Paro rápido, suerte que el efecto
de la pala ayuda a separar el barco y bajamos defensa a toda pastilla. Menos mal, menos mal que el mar ha calmado bastante, ya que el muelle de la gasolinera
está completamente abierto al mar y con ese cantil.... Nos ofrecen un amarre por los ya sabidos 50 eurazos/noche (y ya no tenemos a Puri para negociar)
en el también consabido pantalán (pontile) sin duchas ni baño. En fin. Celebramos el día del Carmen, patrona dos mariñeiros,
luciendo el empavesado de honor del barco y casi salimos en uni-procesión. Nos miran estrañados.
Queríamos haber salido ayer para las Eólicas, pero el parte lo desaconsejaba y decidimos esperar a la mejoría
pasando el día en Cefalú. Después de devolver el coche damos un paseillo por el centro y nos hacemos con un quilito de langostinos
muy rojitos y un par de doradas para poner en la parrilla. Salimos de la marina y nos vamos a fondear a la pequeña bahía que está entre
el puerto y los farallones. El mar, hasta ese momento completamente en calma, empieza a entrar en el puerto. En un par de horas, estamos bailando con las olas
en el fondeo, a pesar de estar teóricamente resguardado del NW, pero ya hemos aprendido que en estos mares las olas se las saben todas y son capaces de
bordear una bahía para entrar en el fondeadero en una dirección de 180º contraria a la que traían del mar. Con este meneo descartamos
encender la barbacoa y Carlos y Mónica deciden ir a dar un paseo por donde el mundo se mueva menos. Lo mejor la nochecita, entre el baile de las olas y
la música de la discoteca de enfrente, para olvidar. Aún está sonando el estribillo de Rocky con ritmo discotequero: ta, tan,tannnn., ta,
tan, tannn.... Uff...
Por la mañana el mar sigue revuelto, pero menos. Salimos y vemos que fuera del puerto la cosa no está tan mal. Sopla poco viento, pero queda
la resaca de lo que ha estado soplando en el Tirreno Central, fuerza 9 en el mar de Córcega y 8 en el de Cerdeña. Con génova y motor a
1.500 vueltas avanzamos a 6 nudos hacia Lípari. Ver delfines en el mar es bastante frecuente, pero que pasen un par de ballenas mostrando sus lomos y
lanzando chorros hacia el cielo ya no lo es tanto. Pues eso. Que hemos visto un par de ballenas, no los típicos calderones que se ven de cuando en vez,
auténticas ballenas, pasando por nuestro través a unas ocho o diez esloras. Un flipe. Al final, Pablo se ha desquitado. Salud. Navegamos con las
Eólicas a la vista: primero Alicudi y Filicudi, y después Lípari y Vulcano. Un rato antes de la llegada apagamos el motor para llegar
solo impulsados por el viento y atravesar "Las bocas de Vulcano" con una agradable brisa por la aleta de unos quince nudos. Qué momentos.
Al doblar el cabo, y remontar hacia el puerto de Lípari, el viento cesa y el mar se calma. Amarramos en Eolo Mar, dentro de Porto Pignataro, un poco
más alejado del pueblo, pero con mucha mejor protección. Eso sí, las duchas y el baño se han estropeado hoy, y como es domingo...
En fin. Son fiestas en Lípari. Procesión marítima, mercadillo y fuegos de artificio. Bien. El pueblo muy agradable. Caminamos hasta
Marina Corta, después de cenar en una terracilla. Regresamos y hoy sí, hemos podido dormir sin baile.
Nuestro plan hoy es subir hasta Salina, fondear para comer, y bajar después hasta Vulcano para dormir fondeados en el puerto.
Amarramos a una boya al sur de Santa María y nos encontramos tan a gusto que cambiamos los planes y decidimos quedarnos a dormir allí mismo.
Buena decisión. Llega en una neumática un tipo que nos pide 35 euros por haber amarrado a su boya de bote de Mistol. Negociamos un poco,
siempre nos acordaremos de Puri en estos momentos, y conseguimos que nos lo deje en 25 con invitación a café, del que además se queja:
"Caffé spagnolo, uff, meglio il caffé italiano". A ver si no me oye Carlos, pero en este punto no le faltaba razón. Preparamos
los langostinos y doradas de Cefalú, nos damos un bañito, la siesta reglamentaria, y al atardecer bajamos con el dingui hasta el pueblo.
Qué maravilla. Nos lo habían aconsejado unos valencianos que nos encontramos en Cefalú, pero no teníamos mucha intención
de hacerles caso. Hubiera sido un error porque el pueblo, pequeñito, es delicioso. Damos un paseo y nos sentamos en un par de terrazas a disfrutar del
ocaso. Locales cuidadísimos, con precios acordes. Pero no nos arrepentimos. Volvemos contentos al barco. Y por segunda noche volvemos a dormir
bien.
Ya casi no quedan restos de la marejada de estos días y navegamos de Salina a Stromboli con el mar ya casi del todo calmado,
pero sin viento. De camino, paramos en la parte sur de Panarea. Una zona en la que teóricamente está prohibido fondear, pero en la que hay
docenas de barcos fondeados. Allí donde fueres haz lo que vieres. Fondeamos y seguimos el plan BCS, la ese también muy corta porque no quiero
llegar a Stromboli sin luz.
Arrancamos y la tripulación cae en brazos de Morfeo. Navegamos desde el sur por la cara W de la isla para ver la "Sciara del
Fuoco", la ladera por donde desciende la lava y donde se pueden observar las fumarolas. Bueno, no solo fumarolas porque cuando pasamos escuchamos
estruendos en la cima y vemos como se producen pequeñas erupciones que lanzan humo al cielo y piedras rodando por la ladera abajo hasta caer contra
el mar. Una neumática que está próxima a la orilla se aleja. Las piedras no están cayendo lejos de donde esta.
Al alcanzar el NW de la isla vemos la población. Precioso. Casas blancas, de volúmenes cúbicos, se proyectan contra
el fondo gris oscuro y negro de la lava. Aquí y allá arbustos y flores. El volcán en lo alto. Vamos despacio disfrutando de las vistas.
Al doblar el cabo, entre el faro de Strombolichio y Stromboli, aparecen los primeros barcos fondeados. Más allá, otro campo de boyas de botes de
Mistol, y en medio la neumática de los "gestores". Decidimos echar el ancla en unos 5 metros. No agarra bien y damos atrás. Me tiro al
agua para comprobar cómo ha quedado. El fondo está lleno de piedras, y en una de ellas se ha metido una de las uñas. No me gusta nada,
pero la previsión es de noche sin viento, así que lanzo más cadena y decido arriesgarme. Sale bien. La noche se comporta de acuerdo a
las previsiones y bajamos a tierra en el dingui después de cenar una pasta con "pomodoro e melanzane" con un toque de "pepperoncino".
Rica, rica. De camino hacia el pueblo, un par de chicas italianas a las que les hemos preguntado por el mejor camino, nos sugieren parar en un bar con terraza
llamado la Tartana. Otro acierto. El lugar, encima del mar, a cielo abierto, decorado con un toque chill-out hace justicia a la recomendación.
Aquí las cervezas ya están a 5 euros, el precio va subiendo de isla en isla, pero de nuevo pensamos que vale la pena. Menos mal que hemos
llevado las linternas. La noche en Stromboli apenas tiene iluminación artificial. No tenemos la certeza, pero creemos que debe ser uno de esos lugares
que han tomado iniciativas contra la contaminación lumínica del cielo. Y cómo se nota. El cielo está lleno de estrellas que brillan
de una forma poco usual. El paseo a oscuras nos maravilla. Pequeñas callejuelas que serpentean entre altas tapias encaladas de las que sobresalen todo
tipo de plantas y flores aromáticas. Una sacudida para los sentidos. Casi a tientas nos tropezamos en lo alto la plaza con los bares que veíamos
desde el barco. Nos sentamos en una terracilla, casi no hay más, y tomamos un helado delicioso. Regresamos. Todo el mundo lleva una linterna de noche en
Stromboli. Caminas y te vas cruzando con luces de las que salen voces que vienen hacia ti. Tenemos suerte y conseguimos llegar hasta el dinghy que hemos
dejado en la playa. Reconocemos el palo del barco. Es el único en la zona que no tiene encendida la luz de fondeo. A fin de cuentas, hay que secundar
las buenas iniciativas, o, hacer de la necesidad, virtud.
Hemos dormido bien, pero hoy ha tocado madrugar. Carlos y Mónica tienen que estar en Messina para coger el tren de las 19:35 que
sale para Palermo. Hay casi 50 millas así que a las 9 estamos arrancando. El mar ha calmado completamente. Tampoco hay viento, y a motor hacemos unos
6 nudos. Nos vamos turnando para retomar el sueño mientras dejamos la imponente figura de Stromboli por la popa.
A primeras horas de la tarde estamos enfilando la entrada al estrecho de Mesina. Como un imán, atrae a todos los barcos de la zona
que convergen en él desde distintos rumbos. Con nosotros entran un par de aliscafos, un mercante parecido a los que en Vigo se llevan los coches de la
Citroen, y un gasero. Entramos, contra las indicaciones de Homero, por boca de Circe, más cerca de Caribdis, o sea, del Cabo Peloro. El viento empieza a
subir y pronto estamos navegando con 25 nudos por la popa. El mar hace estraños: en ciertas zonas hierve de manera nerviosa. Más adelante
avistamos los famosos remolinos de Messina, los lugares en donde se producen succiones y afloramientos de masas de agua. Intentamos mantenernos separados.
Aparecen también las típicas embarcaciones que pescan los bancos de pez espada que cada estación pasan por el estrecho. Tres o cuatro
tipos en lo alto de la torreta oteando el horizonte al acecho de los grandes peces. De la proa sale el puente del arponero, con una longitud superior a la
propia eslora del barco. De cine. Solo falta que delante de nosotros se pongan a arponear peces espadas. Pero esto no ocurre. La entrada a la marina de
Messina complicadilla. Hay corriente, el viento sigue soplando, y el espacio para maniobrar, atravesado al viento y la corriente es justísimo. Hay
suerte y el barco entra en su amarre a la primera. Segundo amarre con finger desde Cartagena al precio de 100 euros/noche. Sí, 100 eurazos. Un rato
de charla con la amable secretaria y conseguimos que se queden en 80, cincuenta centímetros de eslora arriba o abajo...
Con tristeza despedimos a Carlos y Mónica en la estación. Vuelan desde Palermo a Barcelona esta madrugada, y mañana a
Coruña. Cenamos unas pizzas en la plaza de la catedral. Maravilloso el trabajo escultórico de la fachada, y un poco raro aquí el
carrillón de la torre... Paseo de vuelta al barco y a dormir.
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