Viaje en Velero por las Islas Griegas: de Cefalonia a Patras
de Cefalonia a Patras, 90 millas (agosto, 2009)
Esta mañana se ha ido Carmen. Ha embarcado en el ferry a escasos cincuenta metros de donde estamos amarrados. Ha sido triste verla
marchar. A los pocos minutos ya la estamos todos echando de menos.
Nosotros seguimos rumbo a Kálamos. Una isla menor pero que tiene muy buen aspecto. Hoy el viento se ha animado, y al doblar el
sur de Ítaca sube primero a fuerza 5 y después se entabla en fuerza 6. Empezamos con todo arriba, pero a medida que el viento sube y el mar
se va formando vamos rizando hasta quedarnos con dos rizos en el génova y uno en la mayor. Así y todo, navegamos por encima de los siete nudos
en una ceñida no demasiada forzada. Estamos volviendo a pecar, pero el día lo merece y el barco navega alegre sobre las olas del jónico
que en esta zona llegan juguetonas, envalentonadas por unas veinte millas de mar.
Decidimos fondear en el antiguo puerto de Porto Leone, un pueblo abandonado después del terremoto de los años cincuenta, en el
canal entre Kálamos y Kastos. Echamos un vistazo pero ya hay un buen número de veleros fondeados. Sin embargo, antes de entrar en la pequeña
bahía, hemos visto una mini cala, al oeste de los restos de una antigua torre de defensa, que quedaba completamente sombreada por el viento. Con cuidado
porque la carta apenas da información del fondo, nos aproximamos y echamos el ancla en un parche de lo que parece arena a unos diez metros. Comprobamos que
el ancla ha quedado bien agarrada al fondo y nos damos un buen baño. Aparece un grupo de cabras que van de paseo al borde del mar. Es fascinante observar el
equilibrio de estos animales. Son intrépidos hasta la exasperación. Parece que tuvieran el centro de gravedad en las pezuñas y no dudan en
seguir "sempre avanti".
Después del bañito seguimos hacia Kálamos. En el puerto espera un personaje que se presenta como Georges, y que desde
su lancha, echa una mano a fondear a los veleros que vamos llegando. Una vez amarrados, y después de darnos una cálida bienvenida a
Kálamos nos dice que su taberna es la primera que nos encontraremos, la taberna de Georges, en donde además de buena comida y bebida tenemos
duchas y acceso a internet. Bien. Lástima que hayamos previsto cenar en el barco. La isla y el pueblo nos encantan. Puerto pequeñito, empujado
al mar por la montaña, con un par de filas de casitas frente al muelle y una calle que sube hacia la plaza donde están los bares de la gente
local. Al otro lado del pueblo, está la playa que hemos visto desde el mar, debajo de un molino de viento. La isla, como casi todas por aquí,
es alta y cubierta de frondosa vegetación. Decidido. Nos gusta Kálamos. Lástima que a las avispas también...
Desayuno con avispas en el barco. A partir de ahora ejecutaremos la trampa que hemos visto en otras islas: una botella de
plástíco cortada en dos; la mita superior metida boca a bajo en la inferior a modo de embudo; en ésta última, miel o mermelada.
La trampa funciona como una nasa; las avispas entran pero o se quedan pegadas o ya no son capaces de salir. Después de estas perversas maquinaciones
salimos rumbo sur. En el canal entre Kálamos y el continente hay un serio ventarrón que amaina tan pronto avanzamos un par de millas hacia las
Equinades. Son éstos un grupo de islotes deshabitados a medio camino entre Kálamos, Átokos y el continente. Forman pequeñas
bahías con pasos estrechos y algunas piedras fuera de sitio. En las bahías se han instalado granjas marinas donde imaginamos cultivan lubina
y dorada, los dos pescados que más abundan en las cartas de los restaurantes. Conseguimos cruzar a vela las Equinades y ponemos proa a Oxia, la alta
isla que da paso al golfo de Patras. Pasamos al norte de la isla, donde desemboca el mayor río de Grecia en una especie de delta. Los fondos, avisan
cartas y derroteros, son cambiantes y es preciso andar con cuidado. A nosotros, nos baja la sonda a menos de diez metros, y bajando, en una zona donde
deberíamos tener cuarenta metros de agua. Damos media vuelta y nos pegamos todo lo que podemos al norte de Oxia. Bordeamos la isla buscando la
bahía del SW donde queremos pasar la noche. La bahìa es extraordinaria. Nos recuerda la isla de Parque Jurásico. Hermosa. Con nuestra
llegada rompemos la tranquilidad del vigilante de la granja marina que ocupa el extremo sur de la bahía. Vida de nuevos fareros; vigilantes que viven
solos en estas islas deshabitadas cuidando los cultivos. El fondeo se presenta complicado. La montaña cae en picado en el mar, y a pocos metros de las
rocas todavía andamos con sondas de diez a quince metros. Lo intentamos largando toda la cadena y un par de cabos a tierra. Pero el ancla no engancha.
Levantamos y volvemos a intentarlo un poco más lejos, por encima de los quince metros. Volvemos a quedarnos a dos metros de las rocas y cuando
comprobamos el estado de ancla, ésta vuelve a ceder. Está tranquilo pero no me gusta para pasar la noche. Nos damos un baño rápido
y salimos con el motor a toda mecha para llegar con luz a Misolingui, el único puerto que todavía podemos alcanzar con luz. Entramos en el canal
bien balizado, de unas dos millas de longitud, al ocaso.
El cambio de ambiente con respecto a las islas es radical. Zona de marismas con humildes palafitos de madera construidos a ambos lados del
canal. Alguien dice que esto parece Nueva Orleans. Algo así. A pesar de que Misolingui tiene una especie, y solo una especie, de marina, nos tiramos
al muelle y amarramos a la griega al lado de un Jeanneau de cincuenta y tantos pies. La ciudad, conocida por todos por ser el lugar en que murió Lord
Byron, está un poco alejada del puerto. Aquí, el ambiente es de marisma, como en descomposición. Algo desolador. Enfrente al barco hay
un par de asadores con mesas sobre el cesped donde nos tomamos una copa después de cenar mientras cada cual arregla el mundo a su manera.
Ya de mañana, nos ponemos en marcha hacia Patras. Salimos del canal y nos encontramos un morral contundente. El viento se pone del NE en el golfo de Patras
y a medida que te acercas al puente de Rio que une el Peloponeso con el continente, aumenta la intensidad y el mar se vuelve un poco confuso. A motor vamos
haciendo millas hacia Patras. A cada rato nos cruzamos con los ferris que entran o salen de Patras. Van rápido, muy rápido y son de un
tamaño considerable. Lo mejor, mantenerse a distancia. Hemos reservado en la marina de Patras porque mañana hay relevo en la tripulación
y quiero asegurar que no haya problemas de amarre. Cuando llegamos, a pesar de dos llamadas por teléfono, nadie sabe nada de nuestra reserva, pero como
es temprano todavía hay bastantes huecos. El espacio de maniobra es otra vez justito. Tan pronto le has dado la vuelta al barco para entrar hacia
atrás, ves el muelle y la arenilla prácticamente encima de la proa. Menos mal que el ventarrón esta vez no viene cruzado. Al lado de la
marina hay un buen número de bares y terrazas, muy animados al atardecer, pero es díficl encontrar una taberna o un restaurante para picar algo.
Los baños y duchas están en una especie de teatro público en el que entra todo el que quiere. Justillos, pero la ducha con buen caudal.
Nos quedaremos en Patras lo justo. Ciudad de paso, con los tremendos ferris que copan el puerto, a donde unos llegan, otros se van, y donde parece, sin embarqo,
que nadie quiere quedarse más de lo indispensable.
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