Viaje en Velero con Patrón por las Islas Griegas: de Leros a Kos
De Leros a Kos (julio, 2010)
Esperando por la nueva tripulación he decidido quedarme en Leros. La isla cada vez me gusta más. Ya lo he dicho, no tiene nada de
espectacular, pero es una isla viva, que tiene algo de magnetismo, de una estraña fuerza telúrica que te atrapa y te seduce.
Os dejo unas fotos para que juzguéis por vosotros mismos
Llega la nueva tripulación: Rosa y Manuel, de Madrid; Elena, de Lugo, y Edu de Coruña. Nos falta Enrique que por problemas
de trabajo se incoporará pasado mañana en Patmos. Día de aclimatación en la isla; cogemos las motos y nos vamos a la calita que
se encuentra en el extremo de la bahía de Alinda. Primeros baños en el Egeo de la nueva tripulación. Comemos rico, rico en la terraza de
la taberna que se encuentra encima de la playa. Por la noche, bajamos a la playa de Pandeli, las mesas de las tabernas están directamente dispuestas
sobre la playa: pescado y pulpo a la brasa. La noche es espléndida y le dedicamos un homenaje con una copita en el "Savana", el centro de la
vida nocturna de la isla. Tengo la impresión de que la tripu ha comenzado bien el proceso de aclimatación.
En su primera mañana a bordo, la tripu se lo toma con calma. Desayuno en la bañera y nos vamos a hacer una compra para los próximos
días. Cuando finalmente estamos saliendo del puerto de Leros son las dos y media de la tarde. La jornada es corta, solamente queremos salir del puerto
de Lakki y fondear en la bahía de Xerokambos, en donde se encuentra entre las rocas la famosa ermita dedicada a la Virgen de los Cangrejos, sí,
sí, tal y como lo escribo. En la bahía hay una docena de boyas colocadas por los propietarios de las tres tabernas de la playa. Nos amarramos a
la del To Kyma. Comprobamos la fiabilidad del muerto, todo ok, es un muerto fiable (lo que se llega a escribir). Tarde BCS, la nueva tripu llega animada y caen
los primeros Martinis. Al atardecer bajamos a tierra con el dinghy. Hermosa luna casi llena que inunda la bahía con una intensa luz plateada. Cena
correcta. Regresamos al barco. En la bañera se escucha Nora Jones, recogemos el bimini para que toda esa luz lunar se desparrame por la bañera y envuelva al barco en un halo fantástico.
A la nueva tripu se le pegan las sábanas, y son de nuevo las dos y media, cuando después de los chapuzones matinales y el
desayuno tranquilo en la bañera, estamos dejando la bahía de Leros. El pronóstico se ha cumplido y el viento ha rolado hacia el SW. Es la
segunda vez en todo el verano, y cuando esto ocurre, el aire se llena de humedad y la sensación de calor y bochorno se intensifica. En el mar se
está bastante mejor. Rodeamos Leros por el este y atravesamos el canal que separa la isla de la vecina Lipsi para poner proa a la bahía de
Gricos, en el sur de Patmos. La bahía tiene forma de épsilon, como dos medias lunas unidas, y cerrada al mar por una isla, más o menos
situada en el lugar en donde ambas bahías se unen. Por tanto, es un lugar extraordinariamente protegido a todos los vientos excepto al este. A nosotros
hoy, soplando SW nos viene de perlas. En la bahía del sur, conocida también como Petras, hay un varadero en donde es posible poner en seco barcos
de no mucha eslora; no hay travel sino un carro de varada. En la del norte, hay docena y medio de boyas a las que es posible amarrar para pasar la noche.
Así lo hacemos. Comprobamos el muerto y regreso con la satisfacción de ver en el fondo dos grandes bloques de cemento, con sendas cadenas
inmensas. Aquí podría amarrar el Queen Elizabeth. Chapuzón y desembarco con el dinghy para pasear por la bahía antes de la cena.
La luna hoy se ha llenado del todo y la luz es de nuevo extraordinaria, pero esta vez tamizada por las nubes que se han formado a lo largo del atardecer y
de ese finísimo velo creado por la humedad. Aunque la cubierta está empapada cuando regresamos, no nos importa y disfrutamos un buen rato de
esta noche llena de magia.
En Patmos, hacia Arki
Son las nueve de la mañana cuando nos despiertan con unos tremendos bocinazos. Salgo a la cubierta y veo una enorme y hermosa
goleta turca, pintada de negro, que parece querer abordarnos. Piratas? No, el propietario de la boya, un turco que me explica, disculpándose, que
esa boya es suya y es la única de la bahía en la que puede confiar para amarrar su hermosa goleta. Nos vamos, claro. Le pido diez minutos para
poner el barco en marcha y abandonamos la boya. Felizmente ha quedado otra boya libre un poco más al norte, y en ella amarramos, para que la tripu no
se estrese y desayune a su ritmo antes de salir para Skala. Otra vez es casi la una, pero hoy, como ayer, y como casi todos los días, no tenemos
prisa. Entramos en el puerto con rachas del SW cargando con contundencia. En esas condiciones, amarrar al muelle con el viento completamente atravesado
no es fácil. Entramos bien, pero el ancla no ha enganchado del todo, la cadena no tiene toda la tensión que debería, pero a sotavento
tenemos un barco que casi nos dobla en eslora y cuando cargan las rachas el barco, suavemente, descansa sobre él. Como la predicción es
que el viento vaya amainando, con el beneplácito del patrón del barco de sotavento, decidimos dejar las cosas así. Enrique se ha
incorporado a la tripulación. Ha sido una auténtica odisea iniciada con cancelación del vuelo de Vueling de Barcelona a Atenas.
Finalmente llega a bordo del Kalymnos, el viejo barco que une las islas de Samos, donde finalmente ha podido aterrizar, con las de Lipsi, Agathonissi y
Patmos, justo cuando el resto de la tripulación empezaba a pensar que la figura de Enrique y sus mensajes cada vez más complejos eran una
invención del patrón. Le preparamos el recibimiento que se merece con un Martini a los pies del monasterio de Patmos, en una terraza de la
villa de Chora, desde la que se observa un maravilloso anochecer en el Dodecaneso.
Enrique comienza a relajarse. Para seguir con el recibimiento, bajamos a la orilla del mar, al restaurante Cactus, en la parte occidental
de la isla, donde cenamos tranquilamente viendo la noche cernirse sobre este mar de islas. Para terminar, nos vamos a una de las terracillas que montan en
la playa, al sur de Skala, y terminamos el día con un mojito sobre la arena. Hemos conseguido que Enrique se relaje. Bien.
La tripulación aprovecha la mañana para visitar la Chora, el monasterio de San Juan y la cueva del Apocalipsis.
Nos ponemos en marcha. Poco viento, el justo para abrir todo el velamen durante un cuarto de hora y resignarse finalmente
a continuar a motor hasta la zona de bajíos de Tiganakía. Al sur de Arki, en esta zona de islotes y bajos se forman unas piscinas naturales
protegidas por pequeños islotes. El fondo es fundamentalmente arena y praderas de Posidonia. El resultado, el agua más barco del Dodecaneso.
Baños formidables, de esos que no se olvidan fácilmente, antes de salir para el puerto de Arki, a donde nos dirigimos
con poca fe de encontrar un hueco para el barco. El puerto es una gema: un brazo de mar en forma de L, absolutamente protegido, con un pequeño
muelle en el que caben, amarrando a la griega, unos ocho o nueve barcos. Al doblar la L observamos que queda un pequeño hueco entre una megamotora
y un queche italiano. Es ahí, o dar media vuelta e ir a buscarse la vida por los islotes cercanos. El barco se pone en posición, suelta
el ancla a unas tres esloras del muelle y lentamente atrás se acerca al muelle, culea a un lado, al otro, un poquito más atrás, nuevos
culeos con suavidad, e increiblemente logramos colarnos en ese hueco en el que a priori no entraría ni una piragua. Bien. Estamos dentro, en el puerto
de Arki. Para celebrarlo la botella de Martini y lo que nos queda de hielo vuelven a subir a la cubierta, y de allí ya no volverán a la nevera.
Para aclarar ideas los tripulantes caminan hacia la parte occidental de la isla.
Escasamente un kilómetro, para zambullirse en un mar que refleja todas las tonalidades del ocaso mientras el sol perezosamente se
vuelve a hundir sobre la línea del horizonte.
De Arki a Lipsi
Hoy debíamos haber zarpado hacia Lipsi, pero el útimo parte de esta mañana avanza vientos de 35 nudos para esta
noche. Con esa previsión no me apetece estar fondeado. Valoramos las distintas posibilidades y finalmente optamos por quedarnos en Arki. Tenemos un
buen amarre, a sotavento del muelle. Preparamos, eso sí sin prisas, el plan del día. Decidimos caminar hasta una playa para darnos un
baño. El sol aprieta y la única cala con sombras está en la parte oriental de la isla. Se llama Limnari. Para llegar subimos unos
quinientos metros verdaderamente empinados por la única carreterita cementada que sale del puerto hacia el este. Al llegar a lo alto la carretera se
acaba y nos encontramos con una pequeña granja de cabras y un cartel que indica que para acceder a la playa hay que atravesar la granja, con varias
docenas de escuálidas cabras que nos miran desganadas, y miles de bolitas de caca de cabra esparcidas por todas partes. Allá vamos. El sendero
desciende desde allí hacia el mar. Las vistas, extraordinarias.
Alcanzamos un cercado de madera y a pocos metros un nuevo cartel de madera indicando la dirección de la cala.
Desde este punto observamos una diminuta calita, con un par de tamarindos lo suficientemente grandes para proporcionar la necesaria
sombra, y un mar... llega un momento en que faltan los adjetivos para describir todos estos azules que estallan poseidos de luz, acariciados por el movimiento
de las suaves olas que entran en la bahía, recortados por rocas gastadas. Piedra vieja, luz eterna, azul en el mundo. La tarde se desliza lentamente,
sin prisas. Al atardecer, la tripulación se reune en el barco, duchas en la bañera y nos vamos a cenar al O Nikolaos. Mejor que ayer.
La música griega tradicional es omnipresente. En todas las tabernas suena de fondo, y no es un reclamo para turistas. No, es parte de su identidad
cultural. Sienten esta música de armonias orientales como algo muy propio. Al profano, en un principio, todo le parece más o menos lo mismo.
Pero incluso yo, con mi oído petreo, ya logro diferenciar distintos tipos, aunque no pueda explicar qué es cada una de las músicas que
escucho Esta noche, se ha levantado una pareja que cenaba en la taberna y se han puesto a bailar. Cogidos por los hombros, seguían el ritmo con pasos
elegantes, escorzos sinuosos, un delicado ir para un lado y volver para el otro. Igual que las olas que juguetean en la orilla. Quién podría
decir si vienen o van. Así es este baile gentil y fluido. Ya estamos fluyendo otra vez... En fin. Así, fluyendo, acabamos la noche con una copa
en el Manolis y de allí a la cama. Buenas noches.
De Arki a Leros
El viento ha soplado con fuerza durante la noche. Lo sigue haciendo ahora que salimos de Arki rumbo a Lipsi. Vamos bien, con el génova completamente
abierto, haciendo buenas medias, especialmente cuando cargan las rachas que se acercan a los 30 nudos. Pasamos por el canal entre Marathos y Arki, y rodeamos
Lipsi por el oeste. Nuestro objetivo hoy es fondear en la bahía de Lera, en el sur, allí donde habíamos disfrutado de los favores de
la taberna Dilaila. Pero una vez en la bahía, a pesar de que hay todavía un par de boyas libres, las rachas cargan con violencia. Cambio de
planes y seguimos navegando hacia el Sur, destino al sotavento de la isla de Archangelos. En todo el trayecto el viento sigue soplando alegre, pero una vez
dentro del fondeadero, el mar queda totalmente plano y aunque de vez en cuando entra alguna racha, se está mucho mejor que en Lera. Echamos el ancla.
Agarra bien y entramos en modo BCS. Piscolabis frugal y baños refrescantes. A media tarde dejamos la bahía de Archangelos y navegamos por el
oeste de Leros hacia Lakki. El viento sigue subiendo y pronto estamos navegando con un viento mantenido de 30 nudos y rachas de 35. Le tomamos un rizo al
génova.
Nos viene por una aleta cerrada y el barco baja alegre por la costa de Leros, como subido a unos raíles. Dentro del puerto
de Lakki nadie diría que fuera está soplando de esta manera. Calma casi absoluta en la esquinita en la que está la marina.
Llegar a Lakki Marina es casi como llegar a casa. Espera la amabilidad del personal de la marina: Mary, la oficinista; Vasilis, su
marido y marinero; la gente del bar que según me ven llegar me preparan un buen expresso machiatto, o sea, un cortado. Además de pequeños
grandes lujos como electricidad a 220, agua corriente, duchas y baños. En fin, que es agradable llegar a Lakki de nuevo, aunque sea por una sola noche.
También viene a saludarnos Giancarlo, un anciano italiano que se ha quedado un poco colgado en Lakki a bordo de su X-99 que tiene en venta y que
nadie parece interesado en comprar. Espera que algún amigo llegue de Italia para ayudarle a navegar de vuelta a Italia. En este mundo falta un poco
de organización: algunos suspiran con poder navegar, no importa dónde, cuándo ni en que barco, y otros, armadores solitarios, esperan
en puerto a que alguien les eche una mano para trasladar sus embarcaciones de un lugar a otro... Algo habría que hacer. Giancarlo está solo
y cada vez que me ve se acerca para charlar un rato conmigo. Normalmente nos tomamos un café juntos, charlamos un rato, y luego educadamente nos
despedimos. Hoy, nos pregunta que vamos a hacer por la noche. Le digo que queremos cenar en Kouluki, en un restaurante en una calita muy próxima
a la marina a la que podemos ir andando, y le invito a que nos acompañe. Acepta inmediatamente y quedamos de vernos más tarde. A la hora
convenida, todos juntos caminanos hacia Kouluki, saliendo del puerto de Lakki, y atravesando la primera de las playas de la bahía. Cena fabulosa, en
la terraza sobre el mar, a base de Mezes, algo así como entremeses o entrantes variados, que compartimos entre todos.
Es la primera vez que sobra comida. No hemos podido acabar con todo lo que nos han ido trayendo: berenjenas y calabacines fritos, queso
frito, bolas de carne, hojas de parra rellenas de arroz y carne, souvlakis, ensalada de Horka (algo así como acelgas), faba, tsatsiki... Hacemos la
digestión en el bar de la marina, y llenos, cansados y contentos, nos vamos a dormir.
de Leros a Kos
Dedicamos las primeras horas de la mañana a darle una merecida limpieza al barco, con aspiradora incluida, y a hacer una
pequeña compra de víveres y agua. Hacia mediodía salimos de Lakki rumbo al sur. Atravesamos el estrecho canal que separa Leros de
Kalymnos y me sorprende comprobar que todavía quedan los restos de un mar bastante confuso. Apenas hay viento y tenemos que darle horas al motor.
El mar viene de popa, pero rebota en la cara oriental de la isla y crea un pequeño oleaje bastante confuso. En la bañera suena el Popourrí
Chiflado, regalo de Mariola y Jorge, y entre el Último de la Fila, Kiko Veneno, Bob Dylan, El Cigala, etc. el ánimo va subiendo a bordo del
barco.
Kalymnos está formada por grandes picos, secarrales llenos de guijarros, con escasisima vegetación. Es la esencia de la
aridez, lugar difícil para la vida. De hecho, la población local se concentra en la capital, en una de las bahías del SE y el golfo de
Emborios, protegido por el islote de Telendos. El resto, rocas y guijarros, escasos matorrales, un paisaje duro y salvaje, primitivo e impresionante.
Entramos en una de las pequeñas bahìas de la costa este de la isla. Estrecha y profunda, está bordeada por altas montañas que
parecen a punto de desmoronarse. Impresionante. Sin fondear, paramos el barco y nos damos un rápido baño en el interior de la bahía;
treinta metros de fondo a pocas metros de la costa. Muy adentro, en la cabeza de la bahía, un par de barcos han fondeado asegurando con cabos lanzados
a tierra. Seguimos. Una hora después, entramos en otra bahía, un poquito al norte de Vathy (Vathy de Kalymnnos, porque en casi todas las islas
hay un puerto o bahía llamado Vathy), No es tan profunda como la anterior, pero igualmente rodeada de grandes montañas. Al fondo una mini cala
solitaria en la que un velero acaba de dejar a una pareja. ¿Será algún tipo de exilio, o quizás de premio, quedarse solos en un
lugar tan exageradamente remoto y solitario? Repetimos nuestro plan, y sin echar el ancla nos damos otra vez, por turnos lógicamente, un baño
rápido, pero inmesamente refrescante.
Continuamos nuestra singladura hacia Psérimos. La idea es entrar en el pequeño puerto de la isla. Durante el día
es misión imposible, porque los barcos de turistas que salen de Kos llenan completamente el poco espacio disponible. Pero al caer la tarde, regresan
con estas hordas de ociosos ansiosos al puerto de Kos, y entonces en el muelle suele quedar espacio para amarrar y pasar una noche tranquila. Pero hoy,
aunque ha soplado poco, el mar aquí trae bastante recorrido y entra libre en la pequeña bahía en la que está el puerto. El
espigón, orientado de norte a sur, frena parte de este mar, pero el resto de las olas que entran en la bahía rebotan y crean un movimiento
incómodo en el interior del muelle. De hecho, no hay ningún otro barco amarrado hoy aquí. No me gusta. Decido continuar hacia la cara
este de la isla con la idea de fondear en la bahía de Vathy, completamente protegida del oeste. Ha sido un acierto. El mar en la bahía
está como un lago. El viento casi no se siente, y a pesar de que un par de motoras y otros dos veleros ya están fondeados en el interior,
queda suficiente espacio para nosotros. Echamos el ancla en unos cuatro metros y cuando voy a proa para continuar con la maniobra, ayudado por Manuel en
la rueda, veo perfectamente el ancla descansado sobre el fondo. Damos un poquito atrás soltando cadena y probamos después que haya agarrado.
Observo como el ancla se desplaza por el fondo sin terminar de clavarse en la arena. Casi lo disfruto porque es infrecuente observar el fondo con tal
claridad y el movimiento del ancla y la cadena. Levantamos el ancla y lo volvemos a intentar.
Esta vez sí, el ancla queda bien clavada, soltamos suficiente cadena y nos dedicamos a los baños tranquilos del
atardecer. Cena sabrosa en la bañera. La noche, maravillosa.
Obligado por las circunstancias he debido hacer madrugar a la tripulación. Encontrar un amarre en Kos es bastante complicado, especialmente viernes
y sábados que son los días en los que llegan y se van las flotas de veleros de chárter. Son las once y media cuando llamo por el VHF
para solicitar un amarre en la marina. Nos tienen unos minutos en stand-by y finalmente nos confirman que tienen una plaza para nosotros. Ufff.... Aquí
en Kos desembarca mañana la primera parte de la tripulación, pasado la segunda, y el martes se incorpora la nueva tripulación. Era
esencial conseguir este amarre. La marina de Kos tiene fama de prestar un excelente servicio. Las instalaciones de tierra están bien, muy bien
comparadas con el standar de Grecia o el sur de Italia, o incluso con la misma Lakki. Los pantalanes están bien, todos con suficientes puntos de
luz y agua, pero el espacio para maniobrar es verdaderamente escaso. Nos han dado una plaza en la cara norte del pantalán B, y aunque el dique
frena la entrada del mar, el viento entra libre en el puerto. Aunque maniobro correctamente, en el momento en que le doy la vuelta al barco en el
canal para entrar de popa hacia el pantalán, la distancia entre nuestra proa, y la proa del barco que quedará enfrente de nosotros, se mide
por centímetros, pero de una sola cifra. Literalmente, no se han rozado las proa de milagro, y eso que dispongo de la hélice de proa para
apoyar el giro, y la acción de la hélice hacia atrás favorece también que caiga la proa a estribor. A lo largo de la mañana
observo a los marineros actuar. Siempre por pares, en neumáticas con motores de 90 caballos, se amarran a los barcos que entran o salen, y gracias a
su empuje, actúan como propulsores de proa o popa, logran, a veces milagrosamente, que los barcos accedan a sus puntos de amarre.
Kos
Llegar a Kos, después de estar en islas como Arki, Agathonissi, Archangelos, Lipsi, Patmos, Psérimos o la misma Leros produce una tremenda
confusión. Es una isla grande comparada con la mayoría de las anteriores, alargada, con montañas y agua en abundancia. En la
antigüedad, en la época helenística fue un importante centro comercial y de peregrinación. Aquí desarrolló
Hipócrates sus trabajos, y el templo de Esculapio, y las escuelas médicas que aquí se prodigaron competían en importancia con
las de Epidauros. La ciudad moderna ha salvado los recintos arqueológicos que se encuentran casi por todas partes, aunque poco queda de interés.
Casi todo fue expoliado por alemanes e italianos en el siglo pasado, después de que el terremoto de 1933 expulsara a la superficie los restos de
la época helenística. A pesar también de su hermoso puerto antiguo, fortificado primeramente por los venecianos, después por
los Caballeros de Rodas, y finalmente por los turcos otomanos, de los minaretes del centro, de la vegetación. Insisto, a pesar de todo eso, viniendo
de esas islas, Kos no sale muy bien parada.
Hoy se ha convertido en un destino machacado por el turismo de masas. Un aeropuerto internacional al que llegan chárters procedentes
de media europa, curiosamente no de España, ha propiciado la construcción de grandes hoteles primero, de bares y restaurantes al peor estilo de
nuestro Mediterráneo español después, para devenir finalmente en uno de esos lugares saturados, con música atronadora hasta la
madrugada, miles de veinteañeros buscando emborracharse rápidamente al mejor precio posible, comida basura...
No sigo por ahí... La tripulación se da un paseo por el centro. El patrón descansa en la marina. Día de reposo general antes de
que lleguen las primeras despedidas.
Hoy vuelven a España Rosa, Enrique y Edu. La tristeza habitual atenuada hoy por la presencia de Elena y
Manuel que se quedan hasta mañana. Decidimos alquilar un coche e ir a visitar los restos del templo del Asclepeion. La tarde fluye tan lentamente
que cuando llegamos al recinto arqueológico son más de las siete, y las puertas cierran a las siete y media. Nos tomamos unos zumos de naranja
en el bar del recinto, a la sombra de unas adelfas gigantes como nunca antes las había visto. Inmensas, crecen a ambos lados del sendero creando un
puente floral sobre nosotros. Aprovechamos el coche y decidimos subir al pueblo de Zia, en lo alto de la montaña, para ver el atardecer. El pueblo
es destino de las excursiones de los tour-operadores locales que llevan hasta allí cientos de turistas a cenar en las tabernas locales y a que se
gasten unos euros en las decenas de puestos de souvenires. Aparcamos y seguimos subiendo hasta la pequeña iglesia local. Aquí la
presión de las masas se atenúa. Encontramos una terracilla con una vista espectacular hacia el ocaso. Los dioses deben seguir con nosotros
porque llegamos minutos antes de que un sol rojísimo se ponga sobre las crestas de Kalymnos y se hunda finalmente en el mar. Todo se tiñe de
naranja y malva. Vemos desde aquí la costa turca, ahí mismo, a menos de cinco millas, el territorio en donde nacieron esas increibles ciudades
griegas que fueron la verdadera cuna de la ciencia y el pensamiento occidental: Mileto, Halicarnaso, Didyma, Sardes, Éfeso... También las islas
de Psérimos, Kalymnos, los islotes que se desparraman al oeste de Turgut Reis. Todas estas ensoñaciones nos facilitan el olvido de la peor cena
de los últimos días. Estamos cansados y regresamos directamente al barco.
Tomando el café, Elena descubre que entre la llegada de su vuelo a Atenas, y la salida del siguiente a Madrid hay apenas 50 minutos. Intenta
obtener las tarjetas de embarque para abreviar en Atenas, pero los ordenadores de la marina, con todo el software en griego, están de no. Entre
idas y venidas pasan los minutos y cuando nos damos cuenta es hora de salir para el aeropuerto. Dejo con tristeza a Elena y Manuel en el aeropuerto,
devuelvo el coche de alquiler y me vengo a la marina a preparar la bitácora de estos días.
Como de costumbre, la tripulación ha estado a la altura de las expectativas, y éstas eran muy altas. Las risas de Elena y Rosa alegrando
la cubierta del barco, las largas divagaciones sobre el todo y la nada, sobre nosotros mismos, sobre nuestro lugar en el mundo. Los procesos de
búsqueda personal que se dirigían, metáforicamente, hacia un buen chuletón!! o las disquisiciones sobre aperturas o cierres de
cremalleras.
Enrique ha estado fenomenal, como siempre, aportando su serena locura, o quizás su loca serenidad. Quedará para el recuerdo
la ermita de Arki al amanecer, tras una noche de cháchara con el simpático Manolis. Y qué decir de mi sobrino Eduardo, de sus siestas
épicas y sus frases lapidarias. Ha sido un placer poder convivir estréchamente con él durante estos días.
Y Manuel, el tipo fenomenal de siempre, repetidor en el barco, adaptable y siempre positivo, logista sin igual en cuestiones
de martinachos y gintonics.
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